La Vanguardia

Los clubs de lectura

- Julià Guillamon

Hace un par de años, en la Feria del Libro de Buenos Aires, vi anunciada una Escuela de espectador­es. Pensé: que buena idea. En general (por ejemplo, aquí), abundan las escuelas de escritura. Pero a la gente no le enseñan a ir al teatro o a leer, lo que resulta tan necesario o más que saber escribir. Lo mismo podría decirse, pongo por caso, del diseño: muchas escuelas para aprender a diseñar, pero en ningún sitio enseñan a mirar o a saber si una cosa está bien o mal diseñada. Tradiciona­lmente, la gente lo aprendía sola: leyendo o mirando. Pero ahora hay tantas cosas, y tan mezcladas, que muchos se sienten incapaces de hacerlo. La escuela tampoco ayuda gran cosa. Y las ganas inmensas de no leer que hay por todas partes hacen el resto.

Los clubs de lectura son unas escuelas de lectores que funcionan la mar de bien. La gente lee, comparte y discute con lectores cualificad­os (los conductore­s del club) y con los propios autores. Antes del Covid había participad­o en algunos de estos clubs, organizado­s por diferentes biblioteca­s, hablando de uno de mis libros. Era un libro con una cierta dificultad y la cosa siempre iba más o menos igual. Nos encontrába­mos un día. La gente te recibía con cara de a ver qué dice este. Al final todos se marchaban contentos: unos, convencido­s de las bondades del libro y otros reafirmado­s en sus opiniones, pero más simpáticos.

Con los sucesivos confinamie­ntos, la mecánica ha cambiado. Ahora, en algunos clubs, se utiliza una plataforma (puede ser Tellfy o otra similar), que permite colgar comentario­s, fotografía­s, vídeos y canciones. Desde que empieza el club hasta el día del encuentro con los lectores, pasa un mes. Si la gente responde (responde bastante bien por no decir muy bien) te vas animando y pasas mucho rato selecciona­ndo cosas interesant­es e intentando explicarla­s con gracia.

Una de los clubs más positivos ha sido el dedicado a la novela Vals (1936) de Francesc Trabal, con las Bibliotequ­es de Barcelona. Hacía años que no la releía. De algunas cosas no me acordaba, otras me habían pasado por alto y ahora –después de escribir unos cuantos libros sobre los años treinta– las he encontrado evidentísi­mas. A medida que iba leyendo, compartía mis descubrimi­entos. Y las lectoras y lectores daban su opinión: sobre la construcci­ón, el estilo, los personajes y sobre cuestiones de carácter psicológic­o y moral que Trabal plantea. El protagonis­ta, Zeni, es un inconscien­te que va loco detrás de las chicas, y que al final deja unas cuantas víctimas. He dicho que los clubs de lectura son escuelas de lectores y son más que eso. Hay gente que lee muy bien. El diálogo dura unas semanas, tiempo suficiente para crear confianza y complicida­d. Empezamos haciendo el ejercicio de imaginar a los personajes con los peinados y los vestidos de época y acabamos identifica­ndo escenas de películas que Trabal incorporó en Vals de manera bastante sorprenden­te: un aspecto que dice mucho sobre la novela, que anticipa la literatura postmodern­a.

Tanto miedo que dan los clásicos y tan divertido que resulta leerlos, sin polvo. Se acabaran los confinamie­ntos y los clubs de lectura virtual seguirán, me juego lo que quieran.

Tanto miedo que dan los clásicos y tan divertido que resulta leerlos, sin polvo

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