Historia de un trasplante. Te doy un riñón
Lección magistral de esperanza, amistad y amor en el hospital Clínic
El subtítulo iba a ser Lección magistral de amistad y amor. Pero esta es sobre todo una lección de esperanza. Quizá eso sea lo más importante de la historia, aplicable a cualquier enfermedad o adversidad. Nunca hay que rendirse. No lo hizo Tomás Cabello, a quien en el hospital Clínic de Barcelona le llegaron a dar hace muchos años una esperanza de vida de seis meses.
En el 2007, su sempiterno aspecto juvenil comenzó a ajarse con unas extrañas arrugas. Lo que parecía una enfermedad cutánea ocultaba una gammapatía monoclonal, ocasionada por una proteína anormal en la sangre que puede derivar en cáncer. Se sometió a un autotrasplante de médula ósea y a un proceso de estimulación de las células madre que afectó a su función renal.
Acabó en la uci. Parecía condenado de por vida a la diálisis. No podía recibir un trasplante porque la dolencia que había dañado sus riñones perjudicaría al órgano que recibiera. La hematóloga Montserrat Rovira, sin embargo, revirtió la situación con un novedoso tratamiento. Cuando el trasplante volvió a ser una opción, entró en juego nuestro otro protagonista, Servando Casas.
¿Veis a Servando? Es ese niño travieso de pantalón corto que guiña un ojo y trae las bandejas con la comida a los padres de Tomás Cabello en el colegio de La Salle, en Cambrils. Cuando los padres de Servando visiten la escuela, será Tomás quien haga de camarero. Ha pasado más de medio siglo, pero aquellos dos escolares que estudiaron gracias a becas son tan amigos como cuando se conocieron, tan lejos de casa.
Tomás, de La Bañeza (León), y Servando, de El Pobo (Teruel), tienen hoy 66 años. “Si no os gusta el campo, a estudiar”, les dijeron sus padres. Se hicieron maestros con un expediente tan brillante que les abrió las puertas de la docencia sin oposiciones. Tomás dirige hoy la escuela Llor, de Sant Boi de Llobregat. Servando también dio clases aquí hasta que acabó de maestro rural y de alcalde en Mediona, Alt Penedès.
Para no dejar de trabajar ni un día, Tomás entraba a las 22 horas en el Clínic y dormía durante la diálisis. A las ocho de la mañana ya estaba en la escuela, un faro de la enseñanza innovadora. Un día sí y otro no. Y así cuatro años. Superó un mieloma y vaticinios pesimistas, pero la degradación era evidente. Amparo, su pareja, le pidió que se casaran. Él se negó: “No quiero hipotecar tu vida”.
Entonces Servando le dijo: “Si tu problema es un riñón, no tienes problema. Yo tengo dos riñones y uno es para ti”. Y no fue el único ofrecimiento que recibió. Otras seis personas estaban en la cola. El doctor Josep Maria Campistol, que atendía a Tomás, le pidió: “Quiero conocer al menos a tres candidatos”. Y dicho y hecho. Cuando los conoció, preguntó: “¿Tú a quién elegirías?”. El destino ya había elegido. No es broma. De jóvenes, antes de que supieran que el universo cabe en dos palabras (gammapatía monoclonal), Servando decía de Tomás: “Es un hermano. Si tuviera que darle un riñón, se lo daría”.
Pero si Tomás no quería hipotecar la vida de la mujer que ama, tampoco la de Servando. Necesitó un proceso de aceptación hasta que comprendió que, si hubiera sido al revés, él habría hecho lo mismo. Servando solo pidió permiso a las tres mujeres de su vida: su esposa, Anna, y sus hijas Laura y Cristina. Las tres dijeron que sí.
Donante y receptor entraron en el quirófano el 17 de julio del 2012, justo 30 años después de la
TOMÁS CABELLO “Amparo, mi pareja, quería una boda, pero yo me negaba para no hipotecar su vida”
SERVANDO CASAS
“Si tu problema es un riñón, ya no tienes problema; yo tengo dos y uno es para ti”
de Servando y Anna. Por supuesto, Tomás y Amparo estaban invitados, pero se olvidaron de la fecha y se fueron a Andorra. Cuando se dieron cuenta del despiste y les llamaron, los novios dijeron: “Tranquilos. Cuando vengáis, nos volvemos a casar”.
Y lo hicieron. Una ceremonia íntima, solo para ellos. En todos los álbumes de estas dos familias se ve a Tomás y Servando abrazados y sonriendo. O cada uno con la mano en el hombro del otro. Hay una foto así, en pijama, poco después de la operación. El Clínic, líder de este tipo de intervenciones, ha realizado ya más de mil trasplantes de donantes vivos.
Cada una de esas operaciones tiene una historia maravillosa. Hemos tenido la suerte de conocer la de dos amigos que nunca han perdido el humor. “Ahora, cuando yo presento a Servando, digo: ‘Es mi madre’. Claro, me ha dado la vida”. Una vez, la madre de Servando le dijo: “En cierta forma, yo soy también tu madre”. Y él contestó: “No, usted es mi
abuela . Mi madre es él”.
Y así, entre bromas, estos dos hombres regresan a la infancia mientras hacen de cicerones por las estupendas instalaciones académicas y deportivas de la escuela concertada Llor (más de 43.000 m2, 9.000m2 de suelo construido). Servando, uno de los tutores más queridos del centro, se para ante una ventana. “Ahí tenéis vuestro futuro”, les decía a sus alumnos. Lo que veían era el cementerio y el sanatorio mental.
Solo hay un momento en que la voz de Tomás se quiebra. ¿Por qué eligió a Servando entre todos los candidatos a donante? “De todos podría decir lo mismo, pero él es mi, es mi… Nunca dudé de su generosidad y siempre supe que, más allá de un agradecimiento extremo, nunca le debería nada”. Y solo hay un momento en que le pasa lo mismo a su amigo...
Parecía que Tomás iba a rechazar el riñón. Servando se derrumbó. Fue un titán de su promoción, ha educado a generaciones de alumnos, le honra el título de maestro rural y fue alcalde de Mediona del 2003 al 2019. Injusto consigo mismo, se preguntó. “¿Es que no sirvo ni para donar un riñón?”. Pero sirve para infinidad de cosas. También para bodas…
Tomás remontó los problemas. En julio se cumplirán nueve años del trasplante. El 1 de febrero del 2014, por fin, se casó con Amparo. El enlace tuvo lugar en el Ayuntamiento de Mediona. ¿Sabéis quién ofició la ceremonia? Desde entonces, Tomás, Amparo, Servando y Anna se reservan un hueco cada 17 de julio. Salidas, fiestas, cenas. Y más abrazos.
“Les hemos prometido a nuestras mujeres un viaje a Nueva York. Una vez fuimos al Celler de Can Roca y pagó Tomás. Eso sí que le costó un riñón”, bromea un niño grande, tan guasón como buena persona. Su mirada es la misma de aquel camarero de pantalón corto que traía las bandejas a los padres de su amigo en Cambrils. Han pasado más de 55 años, pero nada ha cambiado.