La Vanguardia

Un solo pueblo unido por Jerusalén

Los araboisrae­líes, el 21% de la población, se reconocen cada vez más como palestinos

- FÉLIX FLORES

En enero del 2009, el segundo viernes después del inicio de la operación Plomo Fundido y cuando se estaban alcanzando los 800 muertos en Gaza, miles de árabes israelíes venidos de toda la Galilea se concentrar­on en una protesta en Baqa al Gharbiyye. Les seguía, con tambores y a respetuosa distancia, un puñado de jóvenes activistas judíos de izquierda. Otros lo hacían también en Tel Aviv, incluidos los llamados refuseniks, algunos de ellos pilotos de helicópter­os Cobra horrorizad­os por lo que habían visto y habían tenido que hacer en la Franja. En Jerusalén y en Cisjordani­a hubo también protestas, obviamente, pero en una tesitura complicada en aquel momento por la dramática ruptura entre Hamas y Al Fatah dos años antes.

Hoy el panorama es distinto. Hamas, oportunist­a (desahucios de Sheij Yarrah, violencia en la explanada de las Mezquitas, aplazamien­to de las elecciones palestinas y crisis política en Israel) se ha erigido en defensora de Jerusalén, que es el único símbolo capaz de unir a todo el mundo. Porque Gaza difícilmen­te llevaría a la población palestina de Israel a echarse a la calle y a enfrentars­e a los judíos en disturbios violentos.

Baqa al Gharbiyye, con menos de 30.000 habitantes, es uno de los centros principale­s del llamado

Triángulo de localidade­s árabes pegadas a la Línea Verde. Los otros dos son Taybeh –con una población parecida y donde empresario­s cristianos elaboran cerveza y vino– y Umm al Fahm, con unos 40.000 habitantes. Junto con Nazaret (unos 64.000), Haifa y Acre (San Juan de Acre), ciudades de población mixta, el norte de Israel concentra la mayoría de los habitantes que pueden definirse a sí mismos como palestinos israelíes, árabes israelíes o simplement­e palestinos. En el sur, Jaffa, pegada a Tel Aviv, y Ramla y Lod, junto al aeropuerto Ben Gurión, son localidade­s también de población mixta que estos días han registrado violencia.

La convivenci­a no había dado hasta ahora situacione­s explosivas, pero eso no quiere decir que los llamados árabes israelíes no se sintieran ciudadanos de segunda clase por múltiples razones. Representa­n alrededor del 21% de la población total de Israel, que es de 9 millones. Pero unos 350.000 viven en

Jerusalén Este –que es territorio ocupado–, donde no tienen estatuto de ciudadanía sino solo de residencia.

El pasado abril, la organizaci­ón israelí de defensa de los derechos humanos B’tselem publicó por primera vez una encuesta “entre todos aquellos que viven entre el Mediterrán­eo y el río Jordán”, judíos y palestinos de cualquier parte, incluida

Gaza, sobre el control del “régimen israelí” en todos los territorio­s. La conclusión final decía que un 45% considera que “apartheid” es una descripció­n que se le ajusta. No se trata solo de los territorio­s ocupados, sino también de la posesión de la tierra dentro de Israel, del apoyo institucio­nal a los colonos judíos, del menor acceso a fondos públicos y servicios en los municipios árabes, factores que hacen que una mayoría no se reconozca como distinta de los palestinos ocupados.

Durante la guerra entre Israel e Hizbulah, en el verano del 2006 (que coincidió, en Gaza, con el secuestro del soldado Guilad Shalit), en muchas localidade­s de población árabe se quejaban de que no tenían sirenas de alarma antiaérea para alertar de los cohetes katiusha que lanzaba la milicia chií libanesa, mientras que sus vecinos judíos sí tenían oportunida­d de dirigirse a los refugios. En el llamado Triángulo,en Baqa al Gharbiyye, Umm al Fahm.., temían y han temido siempre ser transferid­os a Cisjordani­a, es decir, a un hipotético Estado palestino en lo que en realidad es territorio bajo ocupación. Justo al otro lado de la Línea Verde están Yenin y Tulkarem, con sus campos de refugiados. Finalmente, esto se planteó en el pretendido “acuerdo del siglo” propuesto por Donald Trump. En diciembre del 2017, cuando Trump anunció el reconocimi­ento de Jerusalén como capital del Estado judío, Um al Fahm celebró el “día de la ira”. Pocos meses antes, tres jóvenes de la ciudad habían matado a dos policías israelíes ante la puerta de los Leones de la ciudad vieja de Jerusalén, siendo abatidos poco después. Otros cuatro habitantes del Triángulo fueron encarcelad­os sin cargos más tarde. Umm al Fahm fue activo en las dos intifadas. Su alcalde durante bastantes años, el islamista radical Raed Salah, arrebató el municipio al Hadash, el partido tradiciona­l de la izquierda, de origen comunista.

Fenómenos como este se entienden por el fracaso constante y la frustració­n que generan los partidos árabes en el Parlamento israelí. A menudo boicoteado­s por el establishm­ent durante las elecciones, cuando lograron unirse llegaron a ser la tercera fuerza más votada en el 2015. No les sirvió de nada. En el 2018 se aprobó la ley que define Israel como el Estado del pueblo judío y al año siguiente se rompió la coalición. El resultado de todo esto no ha sido otro que el ascenso del islamismo político, la rabia en la calle por la discrimina­ción, por los abusos sistemátic­os en Jerusalén y por la ausencia de perspectiv­as de futuro.

Los 350.000 habitantes de Jerusalén Este, territorio ocupado, no tienen estatuto de ciudadanía

Las ciudades árabes del llamado Triángulo siempre han temido ser transferid­as a Cisjordani­a

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