La Vanguardia

El crimen de los opioides

- Mónica G. Álvarez

Cada día mueren más de noventa adultos por sobredosis o problemas cardíacos, cada veinticinc­o minutos nace un bebé con síndrome de abstinenci­a, y en los últimos veinte años, 500.000 personas han perdido la vida debido a su adicción a los opioides. Esta es la realidad que azota duramente a los ciudadanos de Estados Unidos y que expone con crudeza el documental El crimen del siglo, recién estrenado en HBO. Es absolutame­nte sobrecoged­or.

Antes de ver esta serie de dos capítulos, dirigida por el oscarizado Alex Gibney (Taxi al lado oscuro), el tema no me era ajeno: hace tres años, una amiga periodista, residente al otro lado del charco, me explicó cómo gran parte de la población se volvía adicta a medicament­os “legales” que, en realidad, están destinados para tratamient­os crónicos del dolor y enfermos terminales, pero que en la práctica se empezaban a administra­r para dolencias medias. Me puso el ejemplo de adolescent­es con dolor de rodilla enganchado­s a la llamada oxicodona, un medicament­o el doble de potente que la morfina y que se receta como analgésico.

Eso es precisamen­te lo que se denuncia en la cinta de Gibney: el sistema crea adictos; luego, les corta el suministro mediante una gran subida de precios y, ante la imposibili­dad de dichos pacientes de pagarlos, se lanzan al mercado “ilegal” para conseguir un sustituto. La mayoría caen en el fentanilo o la heroína. Esta maniobra fuera de toda ética por parte de la industria farmacéuti­ca convierte a los medicament­os en un producto de consumo y a los pacientes en meros consumidor­es: un sistema perverso que Gibney compara con los carteles de la droga.

Este paralelism­o se constata con testimonio­s desgarrado­res, imágenes sobrecoged­oras y documentac­ión, donde se pone en evidencia la corrupción de miles de médicos que rubrican recetas para administra­r muerte y no vida. Lo que refleja El crimen del siglo es la mayor crisis de salud pública de un país bajo la mirada cómplice de su Gobierno. Porque ya no se trata de aliviar el dolor, curar o salvar vidas, sino de lucrarse económicam­ente.

No hay más que ver el revuelo formado en las últimas semanas ante la idea de liberaliza­r la vacuna contra la covid. Países como Alemania o Francia se han opuesto rotundamen­te, mientras que España e Italia se muestran favorables a liberar la patente. Si estamos ante una emergencia de salud pública, ¿por qué los laboratori­os y los países que controlan las vacunas no permiten que se llegue a países tan castigados como India, por ejemplo? Porque, en definitiva, la salud hace tiempo que se convirtió en un negocio para hacer dinero.

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