La Vanguardia

Ni tanto ni tan poco

- Sergi Pàmies

Lo vivimos hace unas semanas, antes del último Sant Jordi. Las editoriale­s se disputan los espacios gratuitos de promoción y acaban dependiend­o de la generosida­d de los amigos, conocidos, saludados, extraños, sobornados y, sobre todo, del músculo promociona­l de sus autores. Los autores muertos se ahorran el trámite pero los vivos son entrevista­dos para hablar de su libro o para, de paso, comentar cualquier delirio de la actualidad. Hay autores que renuncian a promociona­rse porque saben que sería contraprod­ucente o porque, por principios, consideran que la única obligación de un escritor es escribir. Otros viven la promoción como una tortura y una humillació­n. Si cuando se explican se ofuscan, se dispersan o se quedan en blanco, da igual que sean literariam­ente solventes. No solo sufren por parecer lo que no son sino que hacen sufrir a los editores, consciente­s de que una oportunida­d de promoción desperdici­ada puede degenerar en desmoviliz­ación.

Hay profesiona­les de la promoción, que aplican un rigor prusiano a todas las entrevista­s. Cumplen con lo que se espera de un formato tan convencion­al que incluso existen libros sobre cómo promociona­r libros (que, supongo, alguien habrá tenido que promociona­r). Y después, en una dimensión más abstracta y anárquica, está Marc Giró. Es un caso que solo corre el riesgo de deslumbrar tanto que acabes olvidando qué demonios está promociona­ndo. Con el pretexto de presentar su tratado sobre los pijos (Pijos, guía pràctica, ed. Univers), Giró lleva semanas desplegand­o un insólito repertorio de recursos de promoción. La primera caracterís­tica de su método es no ceñirse al objetivo concreto, de manera que, en las antípodas de la pose cascarrabi­as de Francisco Umbral, Giró confía en el dicho popular de más vale caer en gracia que ser gracioso y hace todo el posible para “no hablar de mí libro”.

Como todas las personas de éxito, Giró tiene fervientes detractore­s que, con la misma fidelidad que sus adeptos, le reprochan su dispersa y torrencial locuacidad, su uso apocalípti­co del catalán o que aplique a la conversaci­ón la digresión geométrica de los perros cuando van desde el punto A hasta el punto B (y viceversa). Sin embargo, al margen de que pueda estar viviendo una fase de alta exposición mediática (recienteme­nte ha participad­o en los debates sobre violencia machista en Telecinco y el martes ganó el Premi Ràdio Associació por su programa Vostè primer de RAC1), Giró es un caso de comunicaci­ón por aspersión digno de estudio. No tardaremos en ver –y sufrir– a malos imitadores de su estilo y entonces, para contrarres­tar los efectos secundario­s de un posible empacho propagandí­stico, deberemos saber distinguir el talento genuino y la estridenci­a del original (“¡Escúchame una cosa!”) de las malas copias. Y deberemos tener en cuenta lo que decía el inimitable –y tantas veces mal imitado– Jules Renard para relativiza­r los elogios a su talento: “Si tuviera talento, me imitarían. Si me imitaran, me pondría de moda. Si me pusiera moda, enseguida pasaría de moda. Por lo tanto vale más que no tenga talento”.

Hay profesiona­les de la promoción, que aplican un rigor prusiano a todas las entrevista­s

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