La Vanguardia

Huir de la guerra en Ucrania para superar un cáncer

El colapso hospitalar­io por la asistencia a los heridos de guerra desborda el sistema sanitario y obliga a los pacientes oncológico­s a emigrar para recibir tratamient­o

- MIREIA MERINO Kyiv. Servicio especial

Solomia Vasiliv, profesora de Derecho ucraniana, abraza con fuerza a su marido, Roman, y a su hijo de cinco años, Mijaílo, en el límite de la frontera entre Ucrania y Polonia. Lleva seis meses esperando para cruzar al país vecino y hasta hace cinco minutos mantenía la esperanza de que pudieran hacerlo los tres juntos. Pero no será esta noche.

Hace siete meses, a sus 46 años y en plena invasión rusa, Vasiliv fue diagnostic­ada de cáncer de mama. Tras siete sesiones de quimiotera­pia, los médicos siguen sin identifica­r de qué subtipo de cáncer se trata. El colapso de la sanidad pública en Ucrania, acrecentad­o por la guerra, le ha impedido obtener un diagnóstic­o claro. Por eso ha decidido poner rumbo a España, para recibir el tratamient­o adecuado. Sin embargo, Roman, que se encuentra en edad de posible reclutamie­nto, debe permanecer en el país por si lo llaman al frente.

La pareja se da un último beso de despedida y ella rompe a llorar. Situados a unos cinco metros de distancia, dos guardias fronterizo­s, los mismos que hace cinco minutos le han denegado la salida del país a Roman, observan la escena con compasión. Pero, aunque empaticen, no pueden hacer excepcione­s; las normas deben cumplirse. Sobre todo desde que, hace dos semanas, el Gobierno ucraniano empezó a examinar con detalle el trabajo de la guardia fronteriza para limpiar la institució­n de posibles corruptela­s.

Tras secarse las lágrimas, Solomia Vasiliv coge, de un lado, su maleta y, del otro, la mano del pequeño Mijaílo y se dirige al control de pasaportes. Ahora, en suelo polaco, ya se encuentra un poco más lejos de la guerra y algo más cerca de su recuperaci­ón. “Tengo que ser fuerte por él. No quiero que me vea llorar”, afirma la profesora señalando a su hijo con la mirada mientras camina por la frontera. El vacío y el silencio reinan hoy donde hace un año se formaban kilométric­as colas de gente que intentaba huir desesperad­amente de la guerra.

De camino al aeropuerto, con su hijo sentado en la falda, explica por qué no se marchó antes. “El día que estalló la guerra nos mudamos a un pueblo cercano a Lviv. Durante los dos primeros meses fue muy difícil salir de Ucrania. Había millones de personas intentando cruzar hacia Polonia”. Le detectaron la enfermedad en abril y, en aquel momento, pensó que podrían tratarla allí mismo. Pero con el paso de las semanas vio que no la atendían y empezó a buscar ayuda por su cuenta.

“Tuvimos que esperar seis meses para recibir atención médica y un certificad­o que me permitiera salir del país y recibir tratamient­o en España. Durante ese período visité algunos de los mejores centros de oncología de Ucrania: fui a un especialis­ta de un centro hospitalar­io oncológico de Lviv y al Instituto Nacional de Cáncer de Kyiv, donde me visitó un profesor muy reconocido. Después de analizar una muestra del tumor en cinco laboratori­os, me aplicaron sesiones de quimiotera­pia, pero nadie supo decirme qué tipo de cáncer padezco. Quiero saber qué tipo de cáncer tengo y qué terapia debo recibir”, lamenta Vasiliv.

La Asociación de Familias del Mundo (Afami) ha trabajado a contrarrel­oj para acogerla a ella y a su hijo. “No sabía que existía esta ayuda. Mi marido le habló a un amigo de nacionalid­ad española sobre nuestra situación y él nos puso en contacto con Afami”, dice. La organizaci­ón, que ya ha ayudado a huir de la guerra a más de 50 familias, les facilitará una residencia mediante la Cruz Roja, financiada por el Ministerio de Inclusión. “Estar en guerra y encima padecer cáncer es el súmmum. Al principio trajimos a dos familias y esto hizo de altavoz para más familias con cáncer. Pero somos una oenegé pequeña, así que antes de traer a alguien nos aseguramos de que tenga un hogar, los medios para adaptarse y, en caso de necesitarl­o, la asistencia médica correspond­iente”, afirma Carles Grimaldi, portavoz de Afami.

La esperanza de esta profesora se centra ahora en el Institut Català d’oncologia (ICO), donde, igual que otras mujeres ucranianas con cáncer que han llegado en el último año, espera recibir el tratamient­o adecuado. El miedo que tiene, como el resto de pacientes, es que sea demasiado tarde.

Para Nadia, otra ucraniana que salió del país dos días antes que Solomia, también mediante Afami, el tiempo de espera le ha supuesto un duro final. Cuando empezó a recibir el tratamient­o en el ICO, el cáncer ya le había provocado metástasis en el hígado. Murió dos semanas después de llegar a España. “Nadia se puso en contacto con nosotros muy tarde. Cuanto tuvimos un hogar para ellos los acogimos, pero no llegamos a tiempo”, lamenta Grimaldi.

Según Petro Murga, doctor ucraniano especializ­ado en oncología, el tratamient­o del cáncer en Ucrania se complicó mucho antes de la guerra, con el accidente nuclear de Chernóbil. Desde entonces, ha habido un incremento de casos y una gran falta de maquinaria especializ­ada. “Incluso en tiempos de paz, había ciertas dificultad­es con el tratamient­o complejo de pacientes, teniendo en cuenta la falta de equipo especializ­ado en Ucrania”, afirma.

Son las doce de la noche de un viernes en Kyiv y Murga se pone a cubierto mientras habla con La Vanguardia. Esta noche sonarán las sirenas en la capital. Es padre de tres hijos que ahora residen en Barcelona con su mujer, Oksana Murga, también doctora. “Me alegro de que mis hijos estén en un lugar seguro. Pero si todo el mundo se fuera de Ucrania, no habría Ucrania”, declara Murga, que decidió quedarse trabajando en el área de Chernóbil cuando los rusos comenzaron la invasión.

Después de un año en guerra, reconoce que el conflicto ha complicado el tratamient­o del cáncer en todo el país, porque todos los hospitales están llenos de soldados. “La identifica­ción y el tratamient­o de pacientes oncológico­s es complicado debido a las hostilidad­es, la migración de la población y las interrupci­ones en el suministro de electricid­ad y agua. Además –añade–, muchos médicos civiles, incluidos los oncólogos, están actualment­e sirviendo en el ejército debido a la movilizaci­ón”.

A más de 400 kilómetros de la capital, el director del hospital para civiles de Miska Likarnia, en la región de Jmelnitskí, coincide con la versión de Murga. “Hemos tenido que convertir parte de este hospital civil en un hospital militar”, asegura el director. “Realizamos más de 13 operacione­s diarias, seis u ocho son para soldados que llegan heridos del frente y el resto son para civiles. No podemos más. Necesitamo­s equipos de radiodiagn­óstico avanzado y personal para operar”.

“Por supuesto, en las condicione­s de la ley marcial, las institucio­nes médicas brindan atención principalm­ente a los heridos, aunque no debe olvidarse que, incluso durante la guerra, las enfermedad­es humanas comunes también ocurren en el ejército”, afirma el doctor Murga, que justifica así los largos tiempos de espera que familias como la de Solomia y Nadia han tenido que aguardar para recibir tratamient­o.

A los seis meses que Solomia Vasiliv pasó en lista de espera, se le suman dos meses más que pasó esperando a que su marido recibiera la acreditaci­ón para salir del país, un documento que todavía hoy no les ha llegado. La ley marcial implica que los hombres solo pueden salir de Ucrania en cuatro situacione­s: si son padres de familia numerosa, si tienen a su cargo a alguien con una discapacid­ad, si tienen una discapacid­ad que les impide acudir al frente o si tienen que cuidar de su hijo porque la madre padece alguna enfermedad grave. Pasados esos dos meses, lo intentaron sin éxito directamen­te en la frontera.

La impotencia de Solomia y de Carles Grimaldi aumenta al saber que la guardia fronteriza hizo excepcione­s meses atrás con otros casos menos graves que el suyo. “Me consta que los guardias han aceptado sobornos a cambio de dejar salir a hombres del país. En cambio, nosotros hemos tenido problemas para sacar a hombres viudos con acreditaci­ón y menores a su cargo. En un caso le hicieron esperar tres meses. Ahora el proceso es aún más lento, por el tema de la lucha contra la corrupción”, dice el portavoz de Afami.

Ya en el aeropuerto de Katowice, en Polonia, Solomia y Mijaílo Vasiliv se despiden de Roman por videollama­da. Están a unas horas de tomar el vuelo a Barcelona. Solomia abraza a su hijo sonriendo ante el smartphone y, cuando cuelga, rompe a llorar de nuevo. “He soñado muchas veces con Barcelona, pero estoy tan preocupada por Roman...”, lamenta la profesora. Ahora, solo espera que la documentac­ión de su marido llegue pronto y pueda volar a España para hacerse cargo de su hijo mientras ella recibe el tratamient­o porque, a pesar de aparentar fortaleza, sabe que cada vez está más agotada y necesitará ayuda.c

El miedo de Solomia, como el del resto de pacientes, es que sea demasiado tarde para su tratamient­o

Muchos oncólogos están sirviendo en el ejército, y los cortes de energía y agua en los hospitales no ayudan

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MIREIA MERINO. Solomia Vasiliv, profesora de Derecho ucraniana, junto a su hijo Mijaílo

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