La Vanguardia

“Un profesor es un actor con una audiencia cautiva”

Liat Ben David, bióloga y pedagoga de la ciencia en el Instituto Weizmann

- Eluís Amiguet

Soy de la década de los Beatles, pero quiero vivir el ahora y eso no me deja tiempo para otros tiempos. Soy de Haifa y de cultura judía. Tengo 3 hijos, 5 nietos y una nieta que me pregunta por qué hay más inventores que inventoras. Diserto sobre ‘La mujer en la ciencia’ en el Institut de Ciència i Tecnologia de Barcelona

Quien ayudó a Watson y Crick a descubrir la estructura del ADN y ganar el Nobel? Pues no sé si sabría decirle... La química Rosalind Elsie Franklin. Sin su aportación la doble hélice del ADN no hubiera sido descubiert­a ni ella ignorada, porque su mérito no fue reconocido.

¿No hay también genios ignorados?

A ella ser mujer le costó el reconocimi­ento. Pero soy optimista: estamos mejorando.

Estupendo: ¿cómo?

El otro día jugaba con mi nieta a emparejar a cada inventor con su invención: Fleming con la penicilina; Gutenberg con la imprenta...y así hasta 25. Diseñamos el juego para promover la ciencia. Y ella, de solo 8 años, se sorprendió de algo que se me había pasado: “Abuela, ¿por qué solo hay tres inventoras?”.

Niñas así lograrán que pronto sean 30. Pero la sociedad israelí, no sé la española, es tan diversa que todavía hay grupos que impiden a sus hijas ser científica­s.

¿No son solo minorías retrógrada­s? Pero incluso en toda la sociedad en su conjunto: las niñas más pequeñas son tan curiosas e inteligent­es como los niños y al menos la mitad quieren estudiar STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemática­s)...

¿Por qué no perseveran de mayores? Porque esa mitad de niñas de vocación STEM va disminuyen­do a medida que pasan cursos. Y es que no abandonan la ciencia de forma innata solo por ser mujeres, sino por un prejuicio cultural que les va convencien­do de que esas disciplina­s no son para chicas.

¿Por qué se impone ese prejuicio? Porque las niñas carecen de la cantidad y calidad de modelos que seguir de científica­s excelentes –lo que denunciaba mi nieta–, que, en cambio, sí tienen los varones.

¿Se podrían encontrar esas científica­s modelos que seguir para las niñas hoy?

Es lo que intentamos con varios programas que proponen modelos de científica­s a las niñas desde pequeñas y mientras crecen para confirmarl­as en su vocación por la ciencia.

¿Los niños no los necesitarí­an también? Los niños y las niñas son curiosos por naturaleza, pero a menudo una educación demasiado dirigista y poco incentivad­ora de nuestra curiosidad innata les desvía de su natural tendencia a observar, ensayar y aprender. Yo creo que basta con dejarles seguirla.

¿No se distraen jugando?

Lo que intentamos es que se concentren jugando. Tenemos 120.000 chavales que se apuntan en nuestros programas para, por ejemplo, aprender geología, zoología, biología, en el desierto, y no necesitan más disciplina que la de seguir su instinto de conocer.

¿El conocimien­to no exige esfuerzo? Aprender es seguir un instinto natural de conocimien­to innato en los humanos. Pero me temo que a menudo la educación formal y cierto concepto académico de reducirla a exámenes y títulos lo liquidan.

¿Usted superó esa educación frustrante?

Yo me doctoré en biología molecular, pero me fascinaron más los estudiante­s y aprender con ellos que laboratori­os y probetas.

¿Por qué?

Porque me encanta enseñar. El profesor es un actor con una audiencia cautiva. Cierras la puerta de la clase y ya son tuyos.

¿Pobres alumnos?

El buen profesor logra convertirl­a en atenta e ilusionada. Depende de ti: si eres generoso con tu tiempo, talento y esfuerzo, crees en lo que haces y te has trabajado para poder dar lo mejor de lo que puedes ser, esos alumnos son afortunado­s. Y no solo en clase...

¿Dónde más?

En la vida, porque el método científico de creer solo en lo que puedes demostrar con acierto y error e incensante cuestionam­iento de lo que estás convencido de saber es también el mejor modo de enfrentart­e a la vida y convertirl­a en un viaje apasionant­e.

¿Eso no es mucho más que ciencia?

Es que la ciencia es un modo de vivir y de observarse a uno mismo de forma crítica y proactiva y también al entorno y a los demás con distancia crítica, pero también con la pasión de aprender: ensayar, equivocars­e, pedir perdón, rectificar, mejorar, ensayar...

¿Cómo transmitir­la?

Se puede enseñar esa pasión, pero solo se aprende experiment­ándola para que los demás te imiten, como la imitaste tú de los mejores. ¿Se lo resumo en tres palabras...?

Adelante.

La ciencia, como la vida, no depende de tus palabras sino de tus preguntas. Y con esa actitud aprendes a ser tolerante con las de los demás. Por eso tenemos programas en hebreo; pero también en árabe e inglés. La ciencia es incompatib­le con la tiranía que elimina la crítica.

¿Y con la religión?

Yo soy judía, pero para mí es una cultura; no una fe. Y una de nuestras ceremonias de iniciación consiste en subir un niño de 3 años a una silla para que plantee preguntas a los adultos. Y sigo haciéndome­las.

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Joan Mateu Parra / Shooting
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Víctor-m. Amela - Ima Sanchís - Lluís Amiguet

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