La Vanguardia

PSC: antes y después del desierto

- Antoni Puigverd

Cuando Pasqual Maragall accedió a la presidenci­a (2003) era un líder sin fundamento orgánico. Suscitaba desconfian­za incluso entre sus más íntimos colaborado­res. Una muralla personal y política separaba el aparato del partido de un líder que había generado tantas expectativ­as en las anteriores elecciones (las de 1999: había ganado en votos a Jordi Pujol, pero, con la ley electoral todavía hoy vigente, las perdía en escaños).

Durante los cuatro años de oposición en el Parlament (1999-2003), Maragall había perdido todo el esmalte acumulado en los años de gloria olímpica. él imaginaba un partido como el Demócrata americano, en el que cuenta mucho más el liderazgo personal que la estructura del partido. Pero tal libertad de movimiento­s el aparato del PSC solo la toleró durante la campaña de 1999: tales eran las expectativ­as de éxito que le dejaron crear la plataforma Ciutadans pel canvi. Sin embargo, Maragall no pudo ganar con claridad; y entonces, decepciona­dos, los actores principale­s del PSC intentaron encauzar o acotar su liderazgo, algo a lo que él no accedía. Insistía en ir por libre. El resultado era un partido sin líder y un jefe de oposición sin partido. Cuando Maragall propuso realizar una moción de censura a Pujol, no tenía ni equipo de confianza para escribir el discurso. Lo encargó a un amigo de Girona, que lo escribió gratis et amore en dos noches de insomnio.

En las elecciones del 2003, Maragall todavía ganó en votos. Por muy poco. En diputados, ganó Artur Mas, que se presentaba por primera vez. Durante unos días, Maragall estuvo en el limbo. No tuvo participac­ión significat­iva en el pacto del Tinell, que dio lugar al Govern tripartito. Lo negociaron los líderes reales de los tres partidos. Su amigo de Girona le recomendó que no aceptara presidir un Govern sobre el que no tendría control alguno. Pero Maragall le contestó que un político no puede desperdici­ar la oportunida­d de gobernar. La incoherenc­ia de aquel tripartito tiene ese origen.

El acuerdo de presupuest­os ha devuelto el recuerdo del tripartito, se dice. Ahora las cosas son muy distintas. Convergènc­ia no existe. La ERC de Junqueras y Aragonès posee una entidad que la de Carod no tenía. A diferencia de aquel PSC, el de ahora ha tenido que realizar una travesía del desierto, tan dura como interesant­e. Es un partido más coherente, aunque culturalme­nte reducido. Antes era expresión de la doble alma catalana; ahora buena parte del alma catalanist­a ha emigrado a ERC o a Junts (le queda, eso sí, el corazón de esta alma: el sector que encarna Raimon Obiols). En cuanto al alma metropolit­ana, ha aguantado bien la opa que en los años duros del procés intentó Ciutadans. Los años del procés han castigado mucho al PSC, pero también lo han depurado. Salvador Illa es un líder insólito: ha ido escalando desde el interior del partido, en armonía con el aparato, y, por un azar del destino (la pandemia), pudo mostrar en público una virtud esencial en tiempos turbulento­s: cuando todos se sobresalta­n, el está sereno.

El hipotético tercer tripartito no tendría un líder socialista débil

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