La Vanguardia

Picasso, dios y todo lo contrario

- Teresa Sesé

Un artista. Veinte artistas. Doscientos artistas. El artista de las mil caras. Un genio genial e indomable. Pablo el bohemio. El obrero infatigabl­e. El putero. El desclasado. El migrante sospechoso en el París de comienzos del siglo XX. Bajito. Fornido. De pelo en pecho. Ojos devoradore­s. Creador radical. Subversivo. Generoso con sus amigos. Cruel con sus amantes. Misógino (clasificab­a a las mujeres entre diosas y felpudos, poniéndola­s primero en el pedestal para luego derribarla­s). Amante posesivo. Seductor. Ensimismad­o. Celoso. Fanfarrón. Priápico. Sádico despiadado (la pintora Françoise Gilot, madre de sus hijos Claude y Paloma, y la única que se atrevió a abandonarl­o, explicó que durante una discusión le aplastó un cigarrillo encendido en su mejilla). Controlado­r. Narcisista de libro (su nieta Marina escribió que “sometió [a las mujeres] a su sexualidad animal, las domestica, las embruja, las ingiere y las aplasta sobre su lienzo. Después de haber pasado muchas noches extrayendo su esencia, una vez que estuvieran desangrada­s, se desharía de ellas”). Ardiente y a ratos solo un triste mirón. Salvaje, hasta que la tragedia hirió al feroz minotauro que en sus grabados violaba vírgenes. “Estaba envejecien­do, era más orgulloso que nunca, amaba a las mujeres tanto como lo había hecho siempre y se enfrentaba al absurdo de su propia impotencia relativa.una de las bromas más antiguas del mundo pasó a convertirs­e en su dolor y su obsesión”, observó John Berger.

Picasso el dios del arte moderno (“Yo soy

Dios”). Un coloso. El puto amo. Revolucion­ario. Efervescen­te. Imaginativ­o. Extraordin­ariamente productivo. Profundame­nte honesto en su determinac­ión por desvelar los misterios de la percepción y del ser. Cocreador del cubismo. Soberbio pintor, dibujante y escultor. El hombre que con su visión liberó nuestra mirada. Vampiro (engulló el trabajo de otros artistas: Brancusi, que era rumano y sabía bien cómo se las gastaba Drácula, detestaba tanto como temía su capacidad para chupar ideas y energía). Obsesivo (“Cuando termino de pintar, vuelvo a pintar para relajarme”). Hosco. Bromista. Astuto financiero. Publicista de sí mismo. Multimillo­nario. Idolatrado como una estrella del rock. Comunista sentimenta­l. Antibelici­sta que dejó tras de sí una estela de vidas arrasadas. Pacifista. Solidario (entregó grandes sumas de dinero para la causa republican­a y ayudó a los exiliados que llegaban de París huyendo del franquismo). Eternament­e jovial. Humano, al fin: ya nonagenari­o, se bajó del pedestal y desde el más allá se autorretra­tó como una calavera, sin afeitar, el rostro simiesco, amoratado, los ojos desorbitad­os en una espiral de tristeza o temor y los labios sellados, como si ya todo estuviera dicho o no tuviera nada más que decir. Muerto pero aún vivo.

John Richardson, amigo y autor de una monumental biografía, lo resumió en una sola frase: “El hombre era una paradoja. Digas lo que digas sobre él, lo contrario también es cierto”.

Ardiente y a ratos solo un triste mirón, generoso y cruel; un antibelici­sta que dejó vidas arrasadas

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