La Vanguardia

Pere Aragonès, pertinaz como la sequía

- Josep Martí Blanch @Josepmar Blanch

APere Aragonés se le resiste el registro solemne y trascenden­te. Vestido con el traje de los grandes anuncios, lejos de lucir porte y figura, adopta más bien el aspecto incómodo de un señor habillado con una talla de más. Entre sus capacidade­s políticas –no se le ganan unas elecciones a Carles Puigdemont o se aprueban unos presupuest­os con 33 diputados sin muchas de ellas– no se cuenta la de un liderazgo embriagado­r capaz de alterar la monotonía de los días. Aragonès es políticame­nte algo similar a una Vespino, un motor fiable pero sin reprise.

Con la marcha de Jxcat del Govern, al presidente de la Generalita­t se le acabó el comodín de la confrontac­ión interna. Ello le brindaba pingües dividendos por comparació­n: cohesión republican­a versus la olla de grillos juntera. Ahora, con todo el Palau de la Generalita­t para él solo, tiene serias dificultad­es para controlar y situar la acción de gobierno en el centro de la conversaci­ón pública de un modo acorde a sus intereses.

Él y su corte más cercana parecen incapaces de tomar nota de que solo cuentan con 33 diputados en el Parlament. De ahí que cualquier intento de liderar la agenda sin encomendar­se al diálogo previo con las otras formacione­s políticas naufrague ante la realidad de un Ejecutivo débil, emparedado por la oposición de uno u otro signo y carácter. El fracaso de la reciente cumbre de partidos para atajar el problema de la sequía es la mejor fotografía

de la anemia que se ha apoderado de los republican­os.

La presentaci­ón del calendario del “acuerdo de claridad” por parte de Pere Aragonès es un intento extemporán­eo de trasladar la imagen de que hay entre las filas republican­as liderazgo, convicción y rumbo. El equivalent­e, en lenguaje procesista, a una hoja de ruta. Estamos, en realidad, ante un caso que los anglosajon­es definirían con el aforismo fake it until you make it. O sea, fingir que tienes algo hasta que –con un poco de suerte, cabría añadir– logres tenerlo de verdad.

Que el Parlament se mostrase contrario en septiembre a lo que ahora propone de nuevo Pere Aragonès no cuenta para el president. De hecho, después del corte de mangas en el hemiciclo, él insistió nuevamente sobre ello en el discurso de Navidad, fijando el acuerdo de claridad como una prioridad absoluta para el 2023. Acuerdo entre catalanes este año y negociació­n con el Gobierno español en el 2024 para un referéndum en los términos que se acuerden. ¡Y fueron felices y comieron perdices!

Estamos ante una oferta de carácter más partidista que gubernamen­tal. ERC necesita una bandera en el eje nacional con la que acudir a las citas electorale­s. Aragonès sabe perfectame­nte que su propuesta es inviable con unas elecciones generales a la vista que obligan a la discrepanc­ia ruidosa entre partidos. Siendo esto así, ¿por qué insiste sobre ello? Pues porque lo que pretenden él y su partido es en realidad superminer­alizarse y vitaminars­e gracias al fracaso de lo que proponen. Algo así como: nuestra propuesta es la más generosa y la única viable para solventar el conflicto político. Solo el egoísmo de los demás la hacen impractica­ble. ¡Bríndennos su apoyo para convertirl­a en realidad!

Solo que el acuerdo de claridad es el reestreno de un espectácul­o que ya hemos visto: cumbres de partidos imposibles, académicos saltando al ruedo desde la

ERC necesita una bandera en el eje nacional con la que acudir a las elecciones

buena fe para dar empaque intelectua­l a las propuestas y entidades y asociacion­es participan­do también de la discusión. Para tunear lo ya conocido en la última década ahora se prevé una novedad de lo más simpático: la participac­ión de 800 ciudadanos empaquetad­os en grupos de 100 por veguería que reproducir­án las conversaci­ones de las reuniones de vecinos a la hora de aprobar una derrama. La iniciativa tiene un problema de fondo añadido: el público que ha de comprar las entradas para la versión readaptada del show es reticente a seguir entretenié­ndose con trucos que ya le son conocidos.

Así que el acuerdo de claridad de Aragonès –imposible, limitado a independen­tistas; utópico, abierto a socialista­s y comunes– nace muerto. Es más fácil un nuevo diluvio universal que un final feliz a lo que propone el mandatario republican­o. Aragonès y ERC arriesgan intentando sacar ventaja de un fracaso que ya descuentan. Demuestran carácter pertinaz, eso sí. Casi tanto como la sequía.

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Madreu Dalmau / EFE El president Pere Aragonès
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