Una historia equivocada
Fue en 1911 cuando se tomó la iniciativa de ornamentar con murales el salón Sant Jordi. D’ors, Folch i Torres, Jori y Clarà lo sugirieron al pintor Torres-garcía. ¿Era necesario? No.
Prat de la Riba, presidente de la Mancomunitat, pese a carecer de sensibilidad artística, aceptó el proyecto al ser avalado por nombres tan prestigiados.
El encargo sentó mal en ciertos sectores locales, al estimar que la relevancia de la tarea exigía la convocación de un concurso, que no una elección a dedo ni que fuera presidencial. ¿Era un enfado movido por la envidia?
El artista trabajó con gran empuje en la creación de los frescos, pero la muerte de su valedor cambió de pronto la situación. Entre el arquitecto Puig i Cadafalch, quien había pasado a ocupar la presidencia de la Mancomunitat, y el presidente de la Diputación, Vallès i Pujals, ordenaron parar de inmediato la obra en curso.
Mandaba sobre todo una motivación de signo ideológico.
En 1925, en plena dictadura del general Primo de Rivera, se acordó ocultar los frescos de Torres-garcía con pinturas firmadas por una serie de pinceles locales. El único que se negó fue Canals, movido por la ética. El proyecto generó críticas muy severas. El conde del Montseny, presidente de la Diputación, no se amilanó y mantuvo el encargo. El resultado fue peor de lo esperado. Basta mentar que el tan respetado crítico e historiador Ràfols, siempre comedido, denunció semejante profanación como una “infamia artística”.
A partir de 1931 se reivindicó en diversas ocasiones la recuperación de los frescos de Torres-garcía. Desde hace ya unos veinte años se aceptaba eliminar las pinturas del salón; y se llevará a cabo ahora mismo. Por fin, una buena noticia.
Pero hay otra mucho mejor: el salón permanecerá luego intacto para así respetar la impresionante magnificencia de la obra proyectada en la embocadura del siglo XVII por el arquitecto Pere Blai. Realzará como merece la solemne, pura y austera belleza original.