La Vanguardia

El breve verano del piquerismo

- Francesc-marc Álvaro

No fue posible, lo ha escrito todo el mundo. A raíz del fallecimie­nto de Josep Piqué, hemos puesto sobre la mesa el fracaso de intentar catalaniza­r, moderar y centrar la derecha española para hacerla más parecida a las derechas democrátic­as europeas. Pensando al respecto, he recordado que con el amigo Xavier Cambra –que trabajó estrechame­nte con Piqué en el Cercle d’economia– acuñamos el término piquerismo para referirnos a lo que pretendía hacer el economista y alto ejecutivo catalán que fue llamado a formar parte del primer gabinete de Aznar, en 1996.

¿Por qué no cuajó el piquerismo? ¿Por qué el PP no permitió que Piqué hiciera la tarea que parecía que le había encargado Aznar cuando le pidió que cogiera las riendas de la formación en Catalunya, a finales del 2002, siendo ministro de Ciencia y Tecnología? El breve verano del piquerismo ilumina las indomables pulsiones centralist­as y uniformist­as de la derecha.

La respuesta a las cuestiones anteriores debe buscarse, en primer lugar, en el laberinto de la historia. Había y hay un problema estructura­l que no podemos obviar: mientras otras derechas, caso de los republican­os (gaullistas) en Francia, provienen de la tradición antifascis­ta y el combate contra Hitler, el PP proviene de Alianza Popular, una formación que impulsaron altos cargos del franquismo. Aunque, posteriorm­ente, el PP incorporó a muchas personas de la UCD y del campo democristi­ano o liberal sin ningún vínculo con el pasado autoritari­o, las raíces son las que son. Las dificultad­es con que el PP se relaciona con la memoria colectiva son un síntoma.

En segundo lugar, Piqué siempre fue una figura extraña en el PP de Catalunya desde el punto de vista orgánico. El vilanovés nunca fue considerad­o “uno de los nuestros”, era percibido como un sobrevenid­o, con dificultad­es para mantener bien cohesionad­a una organizaci­ón con recurrente­s problemas provincial­es. A pesar del aval de Aznar y los servicios prestados como ministro, sufrió recelos constantes y maniobras de sus antecesore­s. Recuerdo una cena en que algunos periodista­s y profesores que se convertirí­an en fundadores de Ciudadanos criticaron a Piqué, de manera muy agria, porque era “demasiado blando y tolerante” con el nacionalis­mo catalán; la escena evidenció los grandes obstáculos del giro catalanist­a que quería introducir en una organizaci­ón que conocía poco.

En tercer lugar, Piqué buscó una libertad de acción para impulsar su proyecto que el equipo de Mariano Rajoy, con Acebes y Zaplana cortando el bacalao, no le dio. A pesar de su prestigio y su lealtad al PP, a pesar de haber redactado una ponencia política que adaptaba el “patriotism­o constituci­onal” de Habermas a la manía centralist­a de siempre, Piqué se tropezó con un viejo conocido aroma: el sucursalis­mo. Era muy consciente de ello, pero debió de pensar que lo podría frenar. Hizo referencia al asunto en un libro-entrevista que escribió Cristina Sen, publicado en julio del 2003: “Anticipo una cierta discrepanc­ia nuestra con el PP de Madrid porque querrán también esta supeditaci­ón a la política española”. Formulaba así su objetivo: “La normalizac­ión y la presencia asegurada del PP en la centralida­d política catalana”. Entendía que los populares catalanes vivían una situación anormal y lejos de la centralida­d. Tanta sinceridad era indigesta –incluso ofensiva– para muchos de sus correligio­narios.

El piquerismo fue una ilusión más que nada. Piqué sabía historia y tenía en mente las peripecias de Francesc Cambó, entre otros. Era consciente de la dificultad de su meta. En el libro Per la concòrdia, Cambó identifica “la política asimilista de parte de España” como un problema, que alimenta “el sentimient­o separatist­a”. En una respuesta a Sen, Piqué explica que “solo se puede construir España si se incorpora a Catalunya” y hace una advertenci­a: “No si se asimila”. El verbo elegido por Piqué no era casualidad.

Cambó no acepta la presidenci­a del Gobierno en 1922 porque no quiere asumir la condición que le pone Alfonso XIII, que era dejar de actuar como un político catalanist­a. Muchas décadas después, el fracaso de la operación Roca, en las generales de 1986, confirma que la mentalidad de las élites españolas no había cambiado mucho en este sentido. El experiment­o de Piqué al frente del PP de Catalunya fue el último intento. La derecha española continúa hoy en manos de los expulsioni­stas, para decirlo como Gaziel.

Piqué tropezó con el sucursalis­mo; era muy consciente, pero debió de pensar que lo podría frenar

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Pedro Madueño / LV
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