La Vanguardia

No tendremos un lector más fiel

- Sergio Heredia

Maldita sea, la leucemia se ha llevado a Enric, mi suegro. Qué estúpidos son los virus. Son tan estúpidos que crecen hasta acabar matándose a sí mismos, como los terrorista­s en los aviones. Y en su estupidez, dejan un paisaje desolado, un abanico de almas doloridas que no saben dónde meterse ni qué hacer consigo mismas.

Es así, al menos, en los días de duelo. Tras el duelo, ya se verá.

(...)

El proceso ha sido corto y largo, según cómo se mire. Se ha prolongado por diez meses. Se había puesto en marcha en junio del año pasado –estábamos en vísperas de Sant Joan cuando Enric se sintió mal y acudió al hospital y allí le soltaron la palabrota: leucemia– y concluía este Viernes Santo.

Hay que ser un genio para morir en Viernes Santo. Es un día entre 365.

Es casi imposible acertar en eso: el resultado es de 0,002739726.

Con Enric, marido de Carme, padre de Silvia, María del Mar y Anna, y abuelo de Julia, Thilo y León, se va una manera de leer los diarios. Enric devoraba La Vanguardia.

La devoraba a diario, se pasaba horas absorto. Y cuando parecía haberla masticado del todo, cuando no quedaba una línea por revisar, entonces el hombre se sumergía en los jeroglífic­os y los sudokus.

Y después del festín, mi suegro Enric doblaba las páginas y las dispersaba por la casa

Y después del festín lectivo, Enric doblaba las páginas y las iba esparciend­o por la casa –qué paciencia, Carme–, hasta que acababan mezclándos­e con sus cuadernos repletos de fórmulas matemática­s.

Calculador magistral, la catarata de números le rondaba la mente en todo momento.

En sus últimos días, Enric decía: –Tengo 81 años. ¿Cuál es la raíz cuadrada? Y si al fin nos sentábamos para ver baloncesto –¿cómo olvidar aquella final olímpica de Londres 2012 que vivimos en la casa de sus amigos Marc y Montse en la Costa Brava?– o a su Barça, Enric despachaba cualquier debate con un número imposible y una reflexión inoportuna. De súbito, preguntaba:

–Si el terreno de juego mide 92 metros de largo y queremos dividirlo en diez partes iguales, ¿cuánto mide cada parte...?

Y no había acabado la frase y ya estaba sacando un papelillo y uno de los bolígrafos que llevaba consigo para tirar varias rayas horizontal­es en un terreno imaginario. Y así se perdía, se evadía en sus números, hasta que alguien voceaba: –¡Enric, gol de Messi!

–Com juga aquest paio! –contestaba Enric. Y por un instante levantaba la vista del papelito, para luego volver a sus quehaceres. Posiblemen­te, prefería leer la crónica del día siguiente en La Vanguardia.

Nunca se lo pregunté, maldita sea.

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