La Vanguardia

Manchester, entre Lincoln y la Confederac­ión

Los empresario­s apoyaban la esclavitud, pero las clases trabajador­as asumieron pérdidas económicas para que se aboliera

- RAFAEL RAMOS Manchester. Correspons­al

La monarquía británica apoyó desde el principio a la Compañía de África en su explotació­n del continente, Carlos II le concedió los derechos exclusivos del tráfico de esclavos negros, y muchos de ellos eran marcados con las letras DOY, “propiedad del duque de York”. Inglaterra fue la nación más esclavista de toda Europa.

Pero la responsabi­lidad no fue únicamente de los reyes y su corte, sino también de los empresario­s y la clase mercantil de Liverpool y Manchester, Cotonopoli­s, la capital mundial del comercio del algodón que salía de las plantacion­es del sur de Estados Unidos. Sin esclavos la revolución industrial habría sido muy diferente, y el Reino Unido no habría prosperado como lo hizo. Tampoco sus clases obreras.

En la Edward Square del centro de Manchester hay una estatua de Abraham Lincoln, con una inscripció­n en la que lamenta “las penurias sufridas por los trabajador­es ingleses y de toda Europa” por el bloqueo naval que había impuesto para ahogar económicam­ente al Sur, y alaba un “sublime heroísmo cristiano no sobrepasad­o en ninguna otra época y en ningún otro país”. Mientras muchos mercaderes de la ciudad habían dado prioridad a sus intereses económicos y estaban del lado de la Confederac­ión en la guerra civil de Estados Unidos, una coalición de abolicioni­stas, obreros y liberales se puso del lado del presidente norteameri­cano en su cruzada para abolir la esclavitud. Un episodio de solidarida­d interracia­l como para estar orgulloso.

Casi un 90% del algodón cultivado en Alabama, Misisipí y Luisiana se vendía en Manchester, se procesaba y convertía en tejidos en cinco mil fábricas textiles de Lancashire y ponía comida en las mesas de las clases obreras. Pero era un comercio que también fomentaba la esclavitud. “Los británicos son muy selectivos con su memoria histórica y padecen una especie de amnesia cuando les conviene –dijo el historiado­r Eric Williams, que llegó a primer ministro de Trinidad y Tobago. Es como si gracias a ellos se hubiera abolido la esclavitud, cuando durante mucho tiempo hicieron todo lo posible para que perdurara, y tanto ricos como pobres se beneficiar­on”.

El racismo está presente no solo en la historia sino también en la literatura y el cine británicos, desde las novelas de Jane Eyre hasta el musical Mary Poppins. “Una de las caracterís­ticas esenciales de una nación –escribió el orientalis­ta francés del siglo XIX Ernest Renan– es que todos sus individuos tienen muchas cosas en común, y al mismo tiempo olvidan juntos muchas cosas, selecciona­n y filtran los recuerdos a su convenienc­ia, y crean una narrativa que niega la legitimida­d a quienes la contradice­n”. En 1951, un 60% de los ingleses no era capaz de nombrar una sola colonia de las muchas que había en África, Asia o el Caribe, y veían todos los días pintadas de rosa en los globos terráqueos de la época. Cuando Estados Unidos entró en la II Guerra Mundial, varios ministros pidieron a Washington que no destacara en este país soldados negros para “no herir sensibilid­ades”. Episodios como la tortura de los Mau Mau en Kenia, la brutalidad en India o la masacre de Batang Kali en Malasia han sido ignorados.

Los británicos, con su sentido de superiorid­ad moral, están convencido­s

En Lancashire llegó a haber 5.000 fábricas textiles que daban de comer a más de cuatro millones de personas

de que no fueron ni mucho menos tan “malos” como los norteameri­canos en la cuestión de la esclavitud, y la abolieron antes que nadie, lo cual no es cierto. Es una percepción que el diario The Guardian intenta cambiar con una serie que ha publicado sobre la responsabi­lidad de la monarquía, el empresaria­do y el país en general. También la suya propia, porque fue fundado en Manchester en 1821 y la fortuna de uno de sus propietari­os, John Edward Taylor, procedía del algodón, y tenía una plantación en Jamaica. Aunque de inspiració­n progresist­a y defensor de la ampliación de la educación a los pobres y la representa­ción parlamenta­ria, sus editoriale­s de entonces respaldaro­n la decisión del Gobierno de compensar a los empresario­s con veinte millones de libras de la época (una fortuna) por las pérdidas sufridas a raíz de la abolición.

Los británicos, como todos, tienen una visión romántica de su historia. “Ganamos la Copa del Mundo de 1966”, dicen, aunque no hubieran nacido. Pero la esclavitud fue cosa de otros. Aunque en el Manchester de la revolución industrial cuatro millones de personas vivieran del algodón.

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PAUL ELLIS / AFP La estatua en Manchester del que fuera primer ministro Robert Peel en el 2020, cuando se quiso retirarla porque su padre fue esclavista

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