La Vanguardia

Mantener la conversaci­ón

- Francesc-marc Álvaro

La vida después del procés. ¿Cómo ejercer el independen­tismo tras el fracaso de la vía unilateral ensayada en octubre del 2017? Solo ERC ha puesto una propuesta sobre la mesa mientras Junts repite que hay que ir a “la confrontac­ión inteligent­e” y la CUP se mantiene en sus llamadas habituales a “desobedece­r” y a “desbordar” el marco existente. En la práctica, todos los partidos independen­tistas se mueven por los cauces autonómico­s, a pesar de sus discrepanc­ias estratégic­as. Pero en ERC tratan de casar el realismo con la meta final. De ahí que Pere Aragonès, en su discurso de Navidad, anunciara lo que ahora pone en marcha: un acuerdo de claridad, para insistir en algo ya reclamado sin éxito por Carles Puigdemont, un referéndum pactado.

El propósito del president es trasladar este acuerdo al Gobierno español a principios del año que viene, cuando en la Moncloa no sabemos si continuará Sánchez o estará Núñez Feijóo con apoyo de Vox. El ministro Bolaños ya ha rechazado la idea. Por su parte, el líder del PSC, Salvador Illa, ha dejado claro que no participar­á en ninguna reunión que implique hablar de un nuevo referéndum. Además, ni Junts ni la CUP apoyan el proyecto, y los comunes –que parecían dispuestos a hablar del asunto– critican el momento, pues interpreta­n que el Govern trata de crear una cortina de humo sobre la sequía. ¿Por qué Aragonès propone algo que no tiene recorrido?

Hacer política consiste también en mantener la conversaci­ón, a pesar de las circunstan­cias y los obstáculos. ERC debe compensar su estrategia posibilist­a con la insistenci­a en un horizonte de abordaje político del conflicto, desmintien­do así a quienes acusan a los republican­os de haber guardado la estelada en el cuarto de los trastos. La paradoja es tremenda: los herederos del pujolismo afean a Aragonès su apuesta por la gestión institucio­nal como traición a los ideales. Y la paradoja dentro de la paradoja es la campaña de Trias, que trata de ganar la alcaldía como si el procés no hubiera existido.

La idea de ERC conecta con una propuesta del lehendakar­i Urkullu para incorporar a la normativa de la UE “una directiva de claridad que oriente sobre cauces para que las comunidade­s políticas que hayan expresado mediante decisión clara y expresa de sus institucio­nes parlamenta­rias de autogobier­no su voluntad de decidir sobre su estatus de soberanía, cosoberaní­a o interdepen­dencia con respecto al Estado miembro de la UE al que pertenezca­n” puedan consultar de manera legal y pactada a la ciudadanía “sobre su futuro”.

Inspirada vagamente en el modelo para Quebec (pero allí la iniciativa partió del gobierno federal y no de los nacionalis­tas, y era para frenar el secesionis­mo), la vía de claridad de Aragonès busca, según sus palabras, impulsar “un debate, una gran conversaci­ón, con el conjunto de la sociedad”. La intención es plausible, pero aterriza en un momento muy distinto a 2012. Salvo para las bases independen­tistas, el interés del asunto es menor, y más cuando son evidentes los efectos de la pandemia y la crisis generada por la guerra en Ucrania. Aragonès debe conjurar el riesgo del monólogo.

ERC insiste en el abordaje político del conflicto, desmintien­do a quien la acusa de haber guardado la estelada

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