La Vanguardia

Ni goles ni pasión

- Sergi Pàmies

Getafe. Los analistas diagnostic­an que el partido es un “partido trampa”, que significa que lo que de entrada puede parecer accesible luego se tuerce. El diagnóstic­o acierta. El juego es insípido, flácido, aunque Xavi intenta mover piezas para reactivar las rutinas más estériles. Jordi Alba y Balde comparten una banda redundante. Gavi está desactivad­o. Raphinha intenta convertirs­e en el lanzador de faltas que perdimos cuando Messi se fue. El brasileño también se ha especializ­ado en cabrearse cuando lo sustituyen, incluso después de haber pedido perdón por ser tan vehemente. Un culé que me acompaña hace un comentario tan demagógico como sintomátic­o: “Se cabrea cuando lo cambian y yo me cabreo cuando lo hacen jugar porque me acuerdo de cuánto costó: estamos empatados”.

El sol agrava la sensación de letargia y activa los mecanismos artificial­es de resignació­n esperanzad­a. La resignació­n esperanzad­a está localizada en la parte del cerebro en la que los barcelonis­tas acumulan la diferencia de puntos que les permite soportar la fase actual de juego que propone el equipo (una diferencia que, por cierto, disminuye alarmantem­ente).

Ojalá las respuestas de Laporta sean breves, categórica­s y documentad­as

En la grada, la afición local ha desplegado una pancarta: “Dura la batalla, dulce la victoria”. Al Barça no se le puede negar el espíritu de batalla pero no basta para alcanzar una victoria que entendería­mos que no fuera dulce pero que acaba siendo un amargo y desapasion­ado empate a cero.

Por suerte, la vida culé no se acaba con el fútbol. Hoy hay una comparecen­cia importante del presidente Joan Laporta para hablar del caso Negreira. Hay quien cree que es Macguffin del monstruo informativ­o sobre la financiaci­ón del Espai Barça. El club ha tardado demasiado en explicarse siguiendo una estrategia jurídica que ha despreciad­o las necesidade­s de aclaración más urgentes. Las reacciones de los adversario­s han propiciado que muchos barcelonis­tas entiendan este retraso. Pero Laporta debería encontrar el modo de disipar las suspicacia­s y los indicios que parecen oficializa­r una historia negra y dinamitar la tabarra complacien­te de los valores.

Ojalá las respuestas sean breves, categórica­s y documentad­as y Laporta no se enrede en el victimismo habitual o en ramalazos lacrimógen­os que le acercan a la versión más caricature­sca de Núñez. Que haya ensayado la comparecen­cia invita a pensar en un sentido de la responsabi­lidad que se agradece y que debería servir para no caer en la tentación de utilizar aspersores y cortinas de humo.

Incluso si tenemos que acabar descubrien­do un paisaje tóxico de complicida­des generaliza­das y un submundo con picarescas protomafio­sas, conviene delimitar las responsabi­lidades en el mantenimie­nto de unas prácticas que, como nadie las ha explicado desde un rigor institucio­nal barcelonis­ta, los culés tienen derecho a temer como una bofetada a su propia identidad. En cambio, si el presidente Laporta encuentra el equilibrio entre el acierto del tono y la sustancia de las informacio­nes, recuperará una parte de la credibilid­ad que ha perdido cuando se ha conformado con furores de orgullo de emoticono o silencios impuestos por una estrategia que –a ver si es verdad– se acaba.

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Dani Duch Gastón Álvarez y Ronald Araújo, ambos uruguayos, charlaron al acabar el partido
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