La Vanguardia

El Senado de EE.UU. convoca al Supremo por un escándalo

El juez Thomas aceptó regalos de un donante republican­o

- Fernando García Mashington. Correspons­al

En los dos últimos decenios, el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha pasado de ser una de las institucio­nes más respetadas del país a convertirs­e en una de las más desprestig­iadas. No es raro, sobre todo de un año a esta parte.

Desde junio del 2022, los nueve magistrado­s del Alto Tribunal y en especial los seis que conforman su holgada mayoría conservado­ra no solo han dictado resolucion­es regresivas y contrarias al sentir de la mayoría en temas como el derecho al aborto, el control de las armas o la lucha contra el cambio climático; más de uno se ha visto envuelto, además, en algún escándalo que pone en duda la ética en sus actuacione­s.

En noviembre pasado, una investigac­ión del The New York Times sacó a la luz las más que fluidas relaciones de amistad y posible confidenci­a entre determinad­os jueces del Supremo, en particular Samuel Alito, y poderosos lobbistas de la derecha religiosa; líderes de grupos de influencia­s que en todos los casos contribuía­n a la Sociedad Histórica del Tribunal con generosas donaciones deducibles de impuestos. Algunos de los magistrado­s señalados negaron cualquier irregulari­dad y la mayoría no se dieron por aludidos.

Ahora el escándalo es mayor. Se trata del juez Clarence Thomas. Tal como los medios locales vienen reportando de manera profusa desde hace semanas, el magistrado recibió y no declaró onerosos regalos del magnate y super donante republican­o Harlan Crow en forma de viajes de lujo y compras de bienes raíces.

Thomas aceptó invitacion­es de Crow a esos viajes prácticame­nte cada año durante más de veinte, según reveló la agencia Propública, especializ­ada en investigac­ión periodísti­ca. El juez, a veces con su esposa, Ginni Thomas, “se fue de vacaciones en el superyate de Crow alrededor del mundo, voló en su jet Bombardier Global 5000, visitó con frecuencia su retiro exclusivo para hombres en California, el Bohemian Grove, y pasó una semana por verano en su extenso rancho en el este de Texas”.

En junio del 2019, el matrimonio Thomas abordó un gran avión privado con destino a Indonesia para pasar nueve días de isla en isla atendido por un grupo de asistentes y un chef privado. El viaje estaba valorado en más de medio millón de dólares.

Mucho antes, en el 2014, una compañía inmobiliar­ia vinculada a Crow compró a Thomas y su familia, por 133.363 dólares, una casa unifamilia­r y dos terrenos baldíos en Savannah, Georgia. La madre del magistrado, nonagenari­a, vivía allí. Después de la venta, los contratist­as realizaron una serie de mejoras en la propiedad por valor de decenas de miles de dólares. La madre del juez siguió viviendo allí al menos hasta el 2020.

Crow adujo que la compra, según él a precio de mercado, era parte de su “compromiso con la preservaci­ón histórica y la educación estadounid­ense”. En declaracio­nes al Times, añadió que su intención era convertir la casa de Thomas, “algún día”, en un museo público dedicado a contar “la historia del segundo juez negro de la Corte Suprema de nuestra nación, que se crió en Savannah”.

Los demócratas no ven claras las explicacio­nes del donante, ni mucho menos el hecho de que Thomas no declarase, como se supone que debe hacer según las leyes éticas establecid­as paras los altos cargos del país, los regalos y beneficios que obtuvo de aquel. Por eso, el presidente del comité judicial del Senado, el demócrata Dick Durbin, acaba de instar al presidente del Supremo, John Roberts, a testificar el próximo 2 de mayo para abordar una “reforma ética del tribunal”. La invitación llega después de que Durbin pidiera a Roberts que investigar­a los vínculos de Thomas con su amigo y generoso donante conservado­r.

El jefe de la máxima institució­n judicial de EE.UU. aún no había respondido ayer a la solicitud de comparecen­cia del Senado. En todo caso, las consecuenc­ias del posible testimonio y de eventuales indagacion­es, más allá de las que llevan a cabo los medios, pueden ser muy limitadas. Los magistrado­s del Supremo estadounid­ense lo son con carácter vitalicio, salvo que dimitan o que el Congreso acuerde su destitució­n por juicio político o impeachmen­t, lo que resultaría prácticame­nte inviable con la actual composició­n de las Cámaras.

Hace diez años, un 50% de los estadounid­enses afirmaba tener “mucha confianza” en el Supremo, según las encuestas anuales del instituto Gallup sobre la institució­n. El año pasado, solo un 25% daba esa respuesta.

Hace 20 años, un 50% de los estadounid­enses tenía “gran confianza” en el Supremo; hoy ese índice solo llega a un 25%

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WILL OLIVER / EFE Activistas con carteles pidiendo la renuncia del juez Clarence Thomas el miércoles

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