La Vanguardia

Distorsion­es que ciegan y matan

Estados Unidos y la Unión Europea deben abandonar la condescend­encia con la que ven al resto de las naciones si quieren afrontar con éxito los retos que plantea el mundo multipolar que se está formando.

- Xavier Mas de Xaxàs

No es fácil la relación entre la realidad y las historias que intentan explicarla. Nunca lo ha sido. Hace 2.600 años que Platón trató de aclararlo. La alegoría de la caverna nos encadena a una cueva desde la que solo podemos ver las sombras de la realidad. El conocimien­to siempre está más allá, en el exterior inalcanzab­le. Esta limitación condiciona el progreso, nuestra concepción del mundo. Es un lastre. Nos frena, pero no nos detiene. Causa tragedias, pero nos recuperamo­s. La pervivenci­a de la especie, al fin y al cabo, es un encadenami­ento de muertes y resurrecci­ones. Morimos en Ucrania, pero podremos revivir en una Europa ampliada. Todo depende de la suerte, la coyuntura, el liderazgo individual y la voluntad colectiva, es decir, del azar, las circunstan­cias y la visión.

Cuando nos falla la vista solo podemos derivar con la corriente, no enfrentarn­os a ella para mantener el rumbo. Nos dejamos llevar por la propaganda y, poco a poco, la pasividad nos aleja de nuestras ideas. Toleramos lo que no deberíamos, aceptamos como normal lo que es ilógico.

La primera ministra italiana, por ejemplo, alerta sobre el reemplazo étnico a una sociedad que, incapaz de reproducir­se, necesita inmigració­n para mantener su nivel de vida.

Europa y EE.UU. apenas han alzado la voz esta semana al ver como las primaveras árabes morían definitiva­mente con el encarcelam­iento de Rashid Ganuchi, líder de Ennahda, el principal partido político en Túnez. Acusado de “conspiraci­ón contra la seguridad del Estado”, este veterano islamista se une a la veintena de jueces, periodista­s y empresario­s en prisión por criticar el autoritari­smo del presidente. Los países occidental­es, que en el 2011 alentaron el despertar democrátic­o de las sociedades árabes, ahora prefieren la represión porque “estabiliza”. Se dejan llevar por la corriente de lo que llaman coyuntura.

India, Indonesia, Brasil, Turquía, Nigeria y Sudáfrica, sin embargo, se resisten. Buscan su propio conocimien­to. No apoyan a Europa y Estados Unidos en la guerra de Ucrania. No creen que sea solo una lucha entre el bien y el mal, entre la libertad y la tiranía. Recelan de este maniqueísm­o. Prefieren mantenerse al margen. No quieren dejarse arrastrar por la inercia de las grandes potencias. Sin capacidad de influencia en los asuntos globales, necesitan tener las manos libres para adaptarse a este mundo poscolonia­l y multipolar.

Cuando la vicepresid­enta estadounid­ense, Kamala Harris, condena a Rusia por la agresión a Ucrania y les dice que “nadie está a salvo en un mundo en el que un país con ambiciones imperialis­tas puede hacer lo que quiera”, se acuerdan de Irak en el 2003, de las mentiras que la Casa Blanca difundió sobre las armas de destrucció­n masiva de Sadam Husein para justificar la invasión. Saben muy bien que Rusia ha iniciado una barbarie en Ucrania, pero no olvidan que Arabia Saudí, con el apoyo de EE.UU., ha cometido otra en Yemen, una guerra que ha causado cerca de 400.000 muertos.

Cuando la UE se presenta como la organizaci­ón supranacio­nal que más respeta la dignidad humana y el imperio de la ley, los países del Sur Global no olvidan el reciente pasado colonial de los estados que la forman, las guerras en los Balcanes, el Cáucaso y Ucrania, el terrorismo de inspiració­n islámica, enraizado en la desigualda­d y la marginació­n de las poblacione­s inmigradas al “paraíso de la democracia”.

La guerra expone los límites de la solidarida­d, la doblez de las ayudas, el egoísmo de todos los participan­tes. Parecía que lo habíamos olvidado, pero los agricultor­es polacos, húngaros y checos nos han devuelto la vista. Boicotean el grano ucraniano porque es más barato y arruina sus economías. Aún mantendría­n el bloqueo si la UE no les hubiera compensado con cien millones de euros.

El dinero, la explotació­n de los recursos ajenos, la preservaci­ón del statu quo. ¿Acaso no han sido estos las fuerzas que siempre han movido el mundo?

Nos cuesta verlo. Nos cuesta ponernos en el lado malo de la historia, y los medios de comunicaci­ón no nos ayudan porque no ponderan. Al contrario, polemizan y alinean. El malo es siempre el otro y nosotros comulgamos con la mentira dada. Nos ciega, pero es terapéutic­a.

Silencio occidental ante la muerte definitiva de las ‘primaveras árabes’ con la deriva autoritari­a de Túnez

El Sur Global no apoya a EE.UU. y a Europa en Ucrania porque prefiere tener las manos libres

Nos quejamos de la propaganda rusa sobre Ucrania sin ver cómo Fox News, medio líder entre los conservado­res estadounid­enses, alienta la falacia del fraude electoral en las elecciones del 2020.

Nos quejamos, con razón, de las autocracia­s en Moscú y Pekín, pero sin comprender que Estados Unidos y sus aliados favorecier­on el crecimient­o de China sin defender los derechos laborales de los chinos ni prever el castigo que la deslocaliz­ación industrial infligiría a las clases medias occidental­es. También ampliaron la OTAN sin resolver el dilema de Rusia y manipularo­n el 11-S para dominar Oriente Medio y el norte de África.

Occidente ve el mundo de las sombras, amenazas que conjura erigiéndos­e en el último defensor de los valores universale­s, pero se resiste a admitir las atrocidade­s de las guerras que provoca, el apoyo a las dictaduras, el maltrato a los inmigrante­s, el proteccion­ismo y las emisiones de CO2 que hacen la vida más difícil a miles de millones de personas. Para salir al exterior y ver de verdad, los líderes occidental­es han de ser tan humildes como el estudiante más ignorante y tan empáticos como el mejor de los maestros. Algún día nacerá alguien capaz de hacerlo.

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FETHI BELAID / AFP Ahora que la democracia ha muerto, los turistas vuelven a Túnez
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