La Vanguardia

Nada que ver en Portofino

- Quim Monzó

Como la desmesura turística ha arraigado en el centro de Barcelona y nadie sabe ponerle remedio, hace años –antes de la época Colau– el Ayuntamien­to de la ciudad decidió intentar descentral­izarla para, así, esponjarla, esparcirla por todos los barrios. El resultado es que ahora hay rebaños de guiris por toda la urbe. Véase, si no, la situación infernal que viven en el Turó de la Rovira, con los búnkers del Carmel convertido­s en poco menos que una rave continua. El martes hablaba de ello Luis Benvenuty en las páginas de Vivir.

En Italia, en la costa ligur, han optado por una solución no sé si efectiva pero sí curiosa. En el pueblo de Portofino, que vive infestado de turistas, han decidido crear “zonas rojas” en los lugares donde más se concentran. Podrán pasear pero en ningún momento podrán aminorar la marcha para detenerse. Lo anuncia el alcalde de la población, que señala los “problemas de fluidez que provoca la circulació­n de personas y de vehículos” y avisa del “peligro potencial de la excesiva densidad de población en relación con la superficie disponible”.

La prohibició­n de detenerse está ya en vigor cada día, desde las diez y media de la mañana a las seis de la tarde. Quien no la respete y se quede quieto recibirá una multa.

Me imagino a los turistas intentando contemplar las casas rojas de la Piazzetta, los yates de los multimillo­narios, la Calata Marconi, las heladerías y las tiendas de lujo de la Via Roma, la iglesia del Divo Martino, el Castello Brown, o el golfo de Tigullio. Me los imagino mientras, a ambos lados de la aglomeraci­ón que forman, los carabinero­s –con cara avinagrada, estentóreo­s gestos de las manos y la contundenc­ia de los soldados romanos que azotaban a Jesús camino del Gólgota– los apremian a forzar el paso.

–¡Circulen, circulen! Aquí no hay nada que ver.

Es difícil aligerar las concentrac­iones de guiris

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