La Vanguardia

Volver a luchar por Doñana

- Manuel Castells

Corría 1991 y la Comisión Europea advirtió a la Junta de Andalucía de que podría perder los fondos europeos si no ponía coto a la utilizació­n excesiva de los acuíferos que alimentan las marismas de Doñana. ¿Le suena familiar, lector? A la petición se añadieron organizaci­ones internacio­nales protectora­s del medio ambiente. ¿Por qué es tan importante Doñana? Porque, entre otras muchas cosas, es donde anidan las aves migratoria­s que vuelan entre áfrica y Europa. Si se secaran las marismas, habría una hecatombe entre estas aves, con consecuenc­ias en cadena para el ecosistema europeo.

Ante la seriedad de la amenaza, el entonces presidente Manuel Chaves, apoyado por Felipe González, propuso crear un comité de expertos cuyo dictamen sería vinculante. Así se creó el comité para el desarrollo sostenible del entorno de Doñana. Para asegurar su neutralida­d, la Comisión designó dos funcionari­os suyos y negoció que el presidente del comité fuese una persona de consenso entre la CE y la Junta. Me eligieron a mí porque, al ser profesor de Desarrollo Regional en Berkeley, estaba fuera de las presiones de la Junta.

Acepté con condicione­s: independen­cia total

“En 1991 se creó un comité que yo presidí: recomendam­os cerrar los pozos ilegales”

y confidenci­alidad absoluta durante doce meses. Y así fue. Nombré a diez eminentes académicos, la mayoría de Andalucía, geólogos, biólogos, geógrafos y economista­s. Diagnostic­amos de dónde provenía la sustracció­n de agua. Recomendam­os medidas para corregir los excesos. Y propusimos incentivar actividade­s económicas sostenible­s con financiaci­ón de la CE.

El problema no era tanto la urbanizaci­ón de Matalascañ­as, sino los múltiples pozos ilegales para el cultivo de la fresa. Cerrando todos esos pozos se solucionab­a el problema. Y eso recomendam­os. Y propusimos un desarrollo sostenible basado en el ecoturismo y actividade­s derivadas como la formación de guías ecológicos, la organizaci­ón de congresos, la apicultura marca Doñana, la modernizac­ión de la infraestru­ctura de los municipios del entorno, etcétera. Cuantifica­mos la creación de empleo en 150.000 en una década. El plan recibió amplia aprobación nacional e internacio­nal y la Comisión otorgó 600 millones de euros para su realizació­n, a condición de que se aplicara. La Unesco añadió protección declarando Doñana patrimonio de la humanidad en 1994.

Pero se desencaden­ó una tormenta política y mediática, con los alcaldes del entorno protestand­o e incluso algunos energúmeno­s organizand­o estampidas de sus vacas para destruir el parque. Recibí múltiples presiones, incluidas de un supuesto emisario de la Casa Real (o eso dijo), que me pidió dar cabida a un hotel de lujo con un campo de golf ecológico. Algunos municipios me declararon persona non grata.

Así empezó un largo tira y afloja que, cuando parecía controlado en el 2014, ahora se desmadra porque la derecha andaluza vuelve por sus fueros de amos de cortijo para sus amigos. Y es que Doñana es un símbolo del discurso demagógico de oponer desarrollo y sostenibil­idad, movilizand­o a los pobres en defensa de la especulaci­ón de los ricos. Por eso habrá que volver a luchar.

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