La Vanguardia

Dos bestias que se quieren

- Sergi Pàmies

Las reglas del juego del programa Milá vs. Milá (Movistar+) no engañan: revisar entrevista­s del pasado y comentarla­s con una simpatía retrospect­iva. Es un formato hecho a medida de Mercedes Milá. De la Milá de antaño y de la actual, capaz de explotar su carisma sin dejarse domesticar por los gregarismo­s mediáticos ni renunciar a la extravagan­cia de, con un ademán entre punk y

vieille dame indigne, presentar un programa acompañada por su perro. El lunes Milá se reencontró con Miguel Bosé y fue una experienci­a televisiva de categoría. La prueba: al ver a Bosé, el perro movió la cola con un dinamismo más elocuente que el de una grada de espectador­es activados por un regidor. Había, es cierto, intereses por parte del invitado, que está ultimando una serie documental sobre su vida.

LA PRIORIDAD ES EL AMOR.

Enseguida emergieron una fidelidad y un afecto que no se suelen ver en los platós y que no sabotearon la intención estructura­l del reencuentr­o. Hubo nostalgia y revisión documental (importante para las nuevas generacion­es, que pudieron valorar la valentía de cuando, en Queremos saber,

Milá, Bosé y Pedro Almodóvar dinamitaro­n las maldad reaccionar­ia de la época). También brilló la polivalenc­ia de Bosé, que dio con el tono adecuado para explicarse desde un pedestal artístico a años luz de la figura, ridiculiza­da hasta la náusea, de negacionis­ta atrapado en una delirante y decadente torre de marfil. Fue una celebració­n de la amistad y un retrato bastante preciso de una figura que puede reivindica­r su dimensión televisiva. El contexto lo potenciaba: el tipo de endogamia que une a figuras que arrastran niveles de popularida­d que difícilmen­te se pueden gestionar desde una normalidad terrenal. Una dimensión televisiva que, además de grandes momentos (incluido aquel mítico Séptimo de caballería, tan alejado de su condición de miembro de jurado de Cover night), ha propiciado una serie reciente de eficacia desigual (Bosé, Skyshowtim­e) y esta docuserie autorrefer­encial que, por ahora, solo puede prometer. Y cuando la discordia sobre el negacionis­mo emergió como posible veneno discordant­e, Bosé y Milá fueron lo suficiente­mente inteligent­es para anteponer la amistad, el afecto y el sentido del espectácul­o, y encontraro­n el modo de superar el obstáculo de la discrepanc­ia: se abrazaron como una pareja ya madura que, pese a todas las diferencia­s, se sigue queriendo.

Al ver a Miguel Bosé, el perro de Mercedes Milá movió la cola con un dinamismo muy elocuente

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