La Vanguardia

Tenemos un problema y se llama 3%

- Josep Martí Blanch

El rebaño más fuerte siempre pace en el prado más verde. Acertar y errar en gran compañía no tiene nada de épico. Lo que consume energía es pertenecer a una minoría. Para ahorrarla basta con abandonar las causas difíciles. Bajar los brazos y confundirs­e con el paisaje. Lo más rentable es sumarse al plácido pastar de lo común. La chaqueta que mejor abriga es la que se teje con la lana de la multitud. Vamos, que es más fácil ser del Barça que del Espanyol.

Es cierto que el defensor de causas minúsculas demuestra carácter desdeñando el gregarismo. Y que afianza de este modo una individual­idad a la que, por menos habitual, acompaña a veces el éxito de lo distinto. Pero lo más normal es que se cierna sobre él la sombra de la sospecha y el aliento asfixiante de lo mayoritari­o. Y añadiremos que esto está a veces más que justificad­o: ¿no es acaso el psicópata alguien que nada a contracorr­iente?

Pero ciñámosnos a los aspectos positivos de aquellos a los que llamamos raros. Fortaleza mental para militar en lo exótico y mucho de esa palabreja que coloniza los libros de autoayuda: resilienci­a. Lo que en términos entendible­s no es más que la capacidad de adaptarse a las adversidad­es y amenazas. Más o menos ser del Espanyol, vaya.

La minoría blanquiazu­l, el 3,1% de los catalanes según el Centre d’estudis d’opinió (CEO), está con un pie en Segunda División. Es este el momento de masajearle­s el espíritu. Siempre que se dejen acariciar por un extraño. No es broma. Servidor, que entiende el fútbol a la manera antigua de al enemigo ni agua, disfruta viéndolos perder. Pero el goce finaliza cuando la tragedia del descenso se adivina ya posible. Si eso sucede, hay que echar el freno y enfundarse –no literalmen­te– la zamarra de los pericos.

Y no, no es conmiserac­ión, ni falsa caridad, ni pena, penita, pena. No somos malos, pero tampoco tan buena gente. Es sólo que, como escribe Giuliano Da Empoli en El mago del Kremlin, algunas guerras civiles tienen la ventaja de exigir el combate por la mañana, pero permitir el regreso a casa para la cena. Y visto así, ¿quién querría renunciar al placer de verse la cara con

Hay tiempo hasta final de temporada para solucionar­lo; ¡vamos, Espanyol!

los españolist­as dos veces al año sin apenas moverse de casa? Por eso, ayer por la noche, en horario criminal para una competició­n liguera, me acerqué a Cornellà para sumarme de prestado a su hinchada.

Ese 3% no es numéricame­nte gran cosa. El 77% de los catalanes nos definimos barcelonis­tas, lo que casa bien con las cifras de un régimen de partido único, al menos en lo futbolísti­co. Pero, ¡qué caray!, tienen lo que hay que tener, son de los nuestros y se les añora si no están. Tenemos un problema. Se llama 3%. Hay tiempo hasta final de temporada para solucionar­lo. ¡Vamos, Espanyol!

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