La Vanguardia

Los claveles cortados de Lula

El presidente brasileño hablará en el Parlamento luso el 25 de abril, pero no en la sesión solemne

- Anxo Lugilde Lavi

Preso en Curitiba entre el 2018 y el 2019, Lula da Silva festejó un aniversari­o de la revolución portuguesa del 25 de abril de 1974 al son de la canción de José Afonso Grândola vila morena, que sirvió de contraseña para el golpe que acabó con 48 años de dictadura. Dio los sonoros pasos al estilo alentejano que sirven de percusión del tema y coreó el O povo é o que máis ordena (El pueblo es que el más manda). Cuenta su biógrafo oficial, Fernando Morais, que “detrás de él, cantando y pegando con los pies en el suelo, en fila india, le siguieron carceleros, vigilantes, abogados y amigos de visita”. Antes de que Afonso entonase la última estrofa “estaban todos llorando”.

El presidente brasileño inició ayer una visita oficial a Portugal y para él, que le gusta presentars­e como un viejo revolucion­ario, debió de ser todo un honor recibir en febrero en Brasilia la invitación del ministro de Asuntos Extórico teriores portugués, João Gomes Cravinho, para ser el primer mandatario extranjero que intervenga en la sesión solemne que cada año se celebra en un parlamento lisboeta atiborrado de claveles, el símbolo de la llamada revolución más hermosa, tan utópica como incruenta.

Las flores de Lisboa “habían dado a la oposición brasileña el derecho a soñar con una revuelta en los cuarteles que derribase a la dictadura”, afirma el historiado­r Elio Gaspari, en su monumental pentalogía sobre la autocracia brasileña.

Todo quedó en nada, pues el régimen militar sudamerica­no, mucho menos longevo ya que nació en 1964, duraría hasta 1985. Tampoco se ha hecho realidad el hismomento de la expresión más solemne posible por el presidente brasileño de la alegría por la revolución portuguesa de la oposición de la antigua colonia, en la que Lula militaba como líder sindical metalúrgic­o. El convite del ministro Cravinho era una muestra más de la camaraderí­a del Gobierno del socialista António Costa con la nueva Administra­ción brasileña, acrecentad­a por el alivio del fin de la dirigida por el ultraderec­hista Jair Bolsonaro.

Las protestas en Lisboa fueron inmediatas, sobre todo de los partidos de la oposición, mientras flotaba en el ambiente la incomodida­d por una cierta invasión de competenci­as entre poderes, pues se trata de un acto parlamenta­rio, no gubernamen­tal.

Conocida como “abril” sin más, la revolución de 1974 constituye una de las mayores señas de identidad del Portugal moderno, mucho más presente en el imaginario colectivo, pese a los intentos de la derecha, que la contrarrev­olución de noviembre de 1975. Incluso más allá de la trascenden­cia geopolític­a del momento, al hacerse con el poder un movimiento de izquierdas en un país de la OTAN, la revolución de este pequeño país constituyó un acontecimi­ento planetario.

Contribuyó a ello el simbolismo de poner el clavel en los fusiles, iniciativa que se atribuye la camarera hija de una gallega, Celeste Caeiro, después de que el dueño del restaurant­e en el que trabajaba repartiese entre el personal las flores con las que quería agasajar a sus clientes en el primer aniversari­o de la apertura del establecim­iento. Pero ese día todo cerró.

El politólogo estadounid­ense Samuel P. Huntington sitúa en el abril luso el inicio de la tercera ola democratiz­adora mundial, la que llevaría a la generaliza­ción del régimen de libertades, derechos y elecciones de Grecia a Corea del Sur y de Argentina a todo el antiguo bloque del Este, si bien se trata de un proceso más que en crisis en la actualidad. Si hubo dos países en los que la onda expansiva resultó especialme­nte intensa fueron, como segurament­e no podía ser de otra manera, las autocrátic­as España, donde ejerció una gran influencia en el proceso de transición, y la excolonia lusa por antonomasi­a, Brasil.

En el caso brasileño, más allá de la nada desdeñable inyección de moral para una oposición más que derrotada en su versión guerriller­a, resulta muy llamativo el intercambi­o de exilios. A Brasil se fueron el autócrata Marcello Cateano, el sucesor de Oliveira de Salazar, así como otros políticos y plutócrata­s de la dictadura. En Portugal, en cambio, con el socialista Mario Soares, antiguo exiliado, de ministro de Asuntos Exteriores, hubo un cierto agrupamien­to de la diáspora política brasileña, con el exgobernad­or Lionel Brizzola a la cabeza.

Esa historia entrelazad­a no debe faltar en el discurso de Lula, pero será en un atípico pleno especial, anterior a la sesión solemne del 25 de abril. Fue la solución acordada por los principale­s partidos, si bien se mantienen las discrepanc­ias. El líder de Iniciativa Liberal, Rui Rocha, se opone a recibir a un mandatario al que tilda “de aliado de Putin”. De hecho las recientes declaracio­nes de Lula críticas con la OTAN y con la posición de Europa en la guerra de Ucrania generan incomodida­d en Lisboa.

Pero la oposición a Lula en Portugal la lidera la ultraderec­ha del Chega, aliado de Bolsonaro. Su líder, André Ventura, ha sido reprendido por llamarle “bandido” en el Parlamento. Se anuncia la mayor manifestac­ión contra un mandatario extranjero en Portugal. Lula tendrá sus claveles, pero en versión recortada.

Ayer, en todo caso, la visita arrancó con buen pie. Acompañado del presidente Marcelo Rebelo de Sousa, Lula pasó revista a la guardia de honor formada en el monasterio de los Jerónimos de Lisboa y depositó una corona de flores ante la tumba del poeta Camões.

Las protestas por una intervenci­ón inédita obligaron a convocar un pleno previo solo para Lula

Con dictaduras simultánea­s hasta 1974, Brasil y Portugal pasaron después a intercambi­ar exilios

Las declaracio­nes de Lula sobre la guerra en Ucrania y la posición de Europa incomodan en Lisboa

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PATRICIA DE MELO MOREIRA / AFP Los presidente­s Rebelo de Sousa y Lula da Silva pasan revista a las tropas formadas en el monasterio de los Jerónimos de Lisboa

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