La Vanguardia

Marcha fúnebre en Lviv

Los estragos de la guerra de Ucrania afloran en los funerales por los jóvenes muertos en el frente

- John Carlin LVIV Enviado especial

En un país en guerra todo puede cambiar de un momento a otro. Pero esa idea se me había borrado de la cabeza mientras paseaba la mañana del sábado por Lviv, viendo iglesias, comprando souvenirs, parando para tomar un capuchino y un pastel. Nada en el ambiente sugería ni tristeza, ni violencia, ni horror.

Hasta que bajé por una calle, escuché una música lúgubre y me topé con unas cien personas de rodillas en el asfalto, con las cabezas agachadas. Llevaba 24 horas buscando la guerra en esta elegante ciudad del oeste de Ucrania, fronteriza con Polonia, y de repente me la encontré.

Miré por encima de las cabezas de la multitud y vi tres columnas de soldados uniformado­s cargando tres ataúdes a hombros, dirigiéndo­se a la entrada de una iglesia. Solo las campanas y el bajo profundo de un coro invisible interrumpí­an el silencio. No tuve que preguntar, aunque después me lo confirmaro­n. Eran los cadáveres de tres chicos jóvenes de la ciudad que habían muerto en el frente, lejos de sus familias –a unos mil kilómetros, quizá más–, en el este del país.

Entré en la iglesia, llena a rebosar, e intercambi­é miradas con tres o cuatro personas, como pre“siento guntando: “¿Está bien que yo esté aquí?”. Claramente yo era un extranjero, pero sus ojos me decían que no, que tranquilo, que no era un intruso, que era bienvenido. Quiero creer que vieron que compartía, aunque fuera un poco, el dolor y la terrible solemnidad del momento. Y pensé, si esto me hacía odiar más a Putin, a mí, una especie de turista profesiona­l, ¿qué sentirían ellos?

Al final de la misa, cuando salieron los soldados con los tres ataúdes a hombros, vi por primera vez, desfilando detrás, a los familiares de los chicos muertos. Una docena de gente mayor llorando con pañuelos en las manos, agarrándos­e entre sí para no caer, y una niña con los ojos enrojecido­s, quizá una prima o una hermana pequeña. A un lado vi a una señora de unos 50 años, el pelo teñido color rojo metálico, vestida de uniforme militar. También lloraba, pero me acerqué. Por suerte no se ofendió y – más suerte– hablaba algo de inglés.

¿Cómo se sentía? Banal la pregunta, sí, ¿pero qué otra había?

rabia”, me respondió. “Siento dolor”. ¿Conocía a los chicos muertos? “No. No los conocí. Pero este es el tercer funeral al que vengo aquí esta mañana y lloro por todos por igual”.

“¿Para qué?”, le pregunté. “¿Para qué han muerto estos jóvenes?”.

“¡Eso!” me respondió, casi gritando. “Eso. ¿Para qué? ¿Para qué?”. Pausó un momento, se apretó el pañuelo en los ojos y dijo: “Esa pregunta hay que hacérsela a Putin”.

¿Y cuál sería la respuesta? “Que quiere conquistar Ucrania”.

La señora, cuyo nombre era Oksana, me miró cómo diciendo qué ridiculez y qué barbaridad que gente joven esté muriendo por una causa tan absurda. Y, según ella, tan imposible.

“Lo que no entiende ese animal es que nunca vencerá porque con cada muerte, con cada funeral, crece nuestra determinac­ión”.

Del funeral me fui a la estación a coger un tren a Kyiv. En el anden vi a un joven soldado y a su novia abrazándos­e. No se dejaron de abrazar hasta media hora después, cuando salió el tren. Él se subió, y ella, como en las películas, le tiraba besos a través de la ventana y corrió detrás de su vagón cuando empezamos a salir. Inevitable no pensar si la próxima vez que ella lo viera sería en una iglesia dentro de un féretro.

En los funerales de los soldados rusos la respuesta de la gente a la pregunta cómo se sienten será la misma: rabia y dolor. A la pregunta “¿para qué?” quizá también: pregúntens­elo a Putin. La diferencia es que cuando Oksana y los familiares de los muertos en el funeral de Lviv superen los llantos y se detengan a reflexiona­r dirán que murieron por una causa noble: para proteger a los suyos de los bárbaros del norte. Los rusos, uno sospecha, no sabrán muy bien qué decir.c

Los familiares de los soldados caídos se preguntan por el absurdo de su sacrificio

 ?? BURIY DYACHYSHYN / AFP ?? Los compañeros del soldado Andrí Dovgan llevan su cuerpo durante el funeral celebrado hace unos días en Lviv
BURIY DYACHYSHYN / AFP Los compañeros del soldado Andrí Dovgan llevan su cuerpo durante el funeral celebrado hace unos días en Lviv
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain