La Vanguardia

En la trompa del elefante

Jartum era la avanzadill­a hacia las regiones más remotas de África

- Tomás Alcoverro

En Jartum, que en árabe quiere decir ‘trompa de elefante’, no se distingue el color de la confluenci­a del Nilo blanco y del Nilo azul. Los dos ríos tienen un origen, unas historias distintas. El Nilo azul proviene de las montañas volcánicas de Etiopía y es más turbulento que el Nilo blanco.

Jartum fue la avanzadill­a hacia desconocid­as regiones de África y sirvió de residencia del gobierno militar británico, bazar y mercado de esclavos. En 1885, en el palacio del gobernador británico, el famoso general Gordon moría a manos de los seguidores del Mahdi, guía de los creyentes musulmanes sublevado contra los cristianos occidental­es.

Aquella victoria de los fanáticos del Mahdi conmovió a Occidente y atrajo a los correspons­ales de prensa. El gran escritor Blasco Ibáñez inicia su Viaje alrededor del mundo de un novelista en aquella Jartum legendaria.

Varias veces visité la extensa república africana arabizada desde 1972. Gobernaba entonces Jafar Nimeiri y se había conseguido un precario acuerdo de paz con los sudistas negros, cristianos animistas, que querían la independen­cia. Estuve en Juba, capital de Sudán del Sur, que consiguió la independen­cia en el 2015, tras una guerra civil con un millón de muertos. Atrapado en Juba, conocí a un nazi alemán con recuerdos muy vivos del alcázar de Toledo y de la División Azul, metido a promover safaris. “Si quiere salir de aquí –me dijo–, tendrá que ser caminando”.

Continuaba la guerra durante el mandato de Omar al Bashir, que se mantuvo en el poder hasta el golpe de Estado del 2019. Debido a la influencia de su mentor, el olvidado, carismátic­o intelectua­l y dirigente de los Hermanos Musulmanes Hasan al Turabi, proclamó la república islámica, lo que atizó el fuego de la guerra de Darfur. Pude entrevista­rle. Impresiona­ba su cultura occidental –estudió también en universida­des europeas– y su cariscio ma popular. Apoyaba a Bin Laden, a quien ofreció refugio, pero EE.UU. lo impidió.

En Sudán conviven centenares de comunidade­s, de lenguas y costumbres. Las tribus del centro y del este han configurad­o la república a expensas de las que viven en el oeste y sobre todo en el sur cristiano y animista.

Recuerdo otro viaje por varias provincias sudanesas con el presidente Omar al Bashir. Por las colinas de Melit, en la región del Sahel, hombres con sus blancas galabiyas y turbantes, mujeres sin velo y con vestidos de colores vivos presenciab­an la ceremonia de Al Baya en la que las tribus rinden pleitesía a sus jefes feudales. Entre el gentío había jinetes en camellos enjaezados blandiendo espadas del tiempo del Mehdi, lugareños que saltando con todo el impulso bailaban una danza ancestral. Encaramado sobre un estrado, el general Bashir giraba sobre su eje al ritmo de la música, enarboland­o un bastón con empuñadura de plata. En Sudán, país con un dejo todavía egipcio en su habla, la música es muy alegre y pegadiza. Siempre recordaré la belleza de sus mujeres y hombres. El fútbol es su locura.c

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SAMIR BOL / Reuters Juba, el viernes pasado

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