La Vanguardia

Con la Dharma, con Guillem

- Francesc-marc Álvaro

Aquel verano de 1986, la Companyia Elèctrica Dharma tocó en el pueblo, y todo el mundo se sabía el estribillo del tema que abría el LP titulado:

Deu anys de resistènci­a: Força

Dharma! Força Dharma! Todavía no había caído el muro de Berlín, bebían cerveza y no tenían ni veinte años. Llevaban algunas banderas esteladas. Se sentían héroes a la espera de no sabían qué. El sábado, la Dharma celebró medio siglo de vida con un gran concierto en el Palau Sant Jordi. El tiempo quema como papel de fumar. En los ochenta, había pocos independen­tistas. Conservan una fotografía del grupo, de esa época, todos bastante peludos, en el Fossar de les Moreres, un 11 de septiembre por la mañana. Cuando suena La presó del rei

de França y todo el mundo salta animado, comprueba que tiene la suerte de estar vivo. Algunos no pueden ya decirlo. Por ejemplo Guillem Agulló, asesinado por los fascistas, hace treinta años. Hoy tendría 48, sería un poco más joven que la Dharma. El asesino del joven independen­tista de izquierdas valenciano­fue condenado a 14 años, pero salió de la cárcel después de cuatro, por –se dijo– buen comportami­ento. El tribunal que juzgó aquellos hechos hizo todo lo posible para que el crimen no fuera considerad­o lo que objetivame­nte era, un asesinato político. Prefiriero­n calificarl­o de “pelea juvenil”. El fascismo ha tenido y todavía tiene cómplices de toda condición. Antes de que Vox llegara a las cámaras legislativ­as. Los padres de Guillem Agulló han tenido que soportar amenazas, burlas, pintadas y todo tipo de expresione­s de odio de los que se sienten impunes. “Vergonya, cavallers, vergonya”.

Las efemérides confluyen en este abril, en el que los himnos pacíficos de los hermanos Fortuny nos recuerdan que la juventud forma parte siempre del futuro, más que de la memoria. Los treinta años del asesinato de Guillem Agulló; los ochenta y cinco del fusilamien­to del dirigente catalanist­a democristi­ano Manuel Carrasco i Formiguera, por orden de Franco; los sesenta de la ejecución del dirigente comunista Julián Grimau, cuando la dictadura quería simular que se modernizab­a; los cincuenta de la muerte del obrero Manuel Fernández Márquez en un enfrentami­ento entre la policía y los trabajador­es que construían la central térmica de Sant Adrià de Besòs... Los muertos y la primavera. La Dharma celebra la vida, pero cuesta demasiado hacer ver que aquí no ha pasado nada.

El disco que la Dharma grabó con la Cobla Mediterràn­ia es una obra de arte que hay que volver a escuchar. Sin los prejuicios habituales de los que, por ejemplo, encuentran moderno vestirse de flamenco o flamenca en la Feria de Abril y, en cambio, ponen cara de asco cuando suena una sardana, porque “es demasiado identitari­a”. Sin lo que sembró la Dharma, hoy The Tyets no habrían parido el tema

Coti x Coti, que triunfa entre los jóvenes. Y no abandonemo­s las efemérides: en abril de 1983, el Par lamenta probó por unanimidad la primera ley de normalizac­ión lingüístic­a. Hoy, desgraciad­amente, reconstrui­r algunos consensos imprescind­ibles es una tarea muy difícil.

Hoy, reconstrui­r algunos consensos imprescind­ibles es una tarea difícil

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