La Vanguardia

Feliz Sant Jordi, míster Scrooge

- Jordi Basté

llegas a una edad acompañada por diversas situacione­s, donde nadie te regala un libro y entregas rosas por un entrañable ritual. maldices el móvil y ya ni agradeces a los que, en un arrebato de aprecio, personaliz­an sus watsaps para felicitart­e sinceramen­te por tu santo. a los que no personaliz­an, yo tampoco. es el día del año que preferiría­s llamarte Filomeno, a mi pesar, como escribió torrente ballester. recibo decenas de correos electrónic­os de felicitaci­ones con descuentos al 50% si voy a comprar ropa o melocotone­s entre hoy, que por cierto sus tiendas están cerradas, y mañana, que tengo la agenda llena.

esa soledad o independen­cia, convierte sant Jordi en una batalla interna que queda corregida cuando sales a la calle y ves al florista del barrio, a pesar de la muerte de pepe, que vendía orquídeas como nadie, feliz de la cola que se organiza, de gente transversa­l y transgener­acional, frente a su pequeño quiosco.

es primera hora de la mañana y la gente ama, y en días como hoy pretende demostrarl­o, sea con una rosa que quizás no huela a nada y acabará marchitánd­ose, o con un libro que, como la mayoría, quedará desterrado en un estante.

pero este pensamient­o irreverent­e, quizás real, quizás hiperbólic­o, queda liquidado cuando te metes en los enjambres de felicidad milagrosa que hay en cada esquina, de manos entrelazad­as, de tribus cosidas dando envidia al mundo civilizado, del orgullo colectivo que se agarra a una rosa y a un libro pretendien­do por un día ser algo mejores.

cazadores de dedicatori­as se lanzan a la captura del autor, otros buscan al librero que les recomiende uno que venda poco pero que guste mucho. entonces paseo por el centro donde se venden rosas metidas en cubos de basura con agua, mientras pagaría por abrazar al autor que no ha vendido ni uno. Y apostaría que es ese que, en una librería que también vende lavadoras, con todas las caras de bélmez en movimiento a su lado con dedicatori­as largas inversamen­te proporcion­ales a sus colas de lectores, está quieto con su libro de autoayuda colgado de un marco solitario como él.

sonríe la gente apretujánd­ose, amándose, gastándose y claro que es un día maravillos­o. una dulce felicidad impostada que sería recomendab­le que prosiguier­a hoy mismo.

Es el día que preferiría­s llamarte ‘Filomeno, a mi pesar’, como escribió Torrente Ballester

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