La Vanguardia

La paz de Sant Jordi

- Joaquín Luna

Diez años después – nos dijimos de todo, salvo bonitos–, siento que la hora de la reconcilia­ción ha llegado, acaso la alegría de un sant Jordi pletórico.

ella no lo sabe. Tampoco creo que le importe: hace tiempo que llevaba su vida y yo la mía, cada uno por su cuenta. Tampoco me extraña su indiferenc­ia. Ayer domingo, ¿hubiese comprendid­o que la emoción me la provocase el Ce europa? Campeones de Tercera. Ahí es nada. Y el mismo día, los socios echaron al presidente, un buen presidente, en una elecciones anticipada­s. los de barrio somos así.

Vuelvo a la columna, el rabo entre las piernas: he firmado una docena de libros (míos, se entiende). ¡Menuda fiesta de autor! un colega ocupó mi mesa un rato, tan ancho, y venga masajear a sus lectores. imaginé que le afeaba el intrusismo y nos peleábamos por la esquina, cual putas, y aquello terminaba en comisaría. Méndez, no se lo creerá: ¡una pelea de autores!

Aguantarme no es fácil, a ella tampoco. se le subieron los humos, se le fue la olla, presumió de defectos. Parecía encantada con aquella exhibición de superiorid­ad que me hizo sufrir porque la quería, aunque patrias las justas. ¿Cómo no iba a quererla si en tiempos fue acogedora?

sant Jordi 2023 ha marcado, como dicen los cursis, un antes y un después. De repente, quizás en la fiesta de La Vanguardia en el hotel Alma, en cuyo jardín aspiro a romántico, rodeado de madrileños simpáticos y españoles amigos, o quizás en las calles de barcelona – si no es por barcelona ya hubiese pedido el divorcio–, una voz interior me dijo:

–es hora de reconcilia­rnos. Vuelvo sin exigencias, salvo una: ser respetado, con mi fútbol de barrio, mis dos lenguas y el cariño por la otra. nunca fue perfecta mi españa, tampoco turca.

los libreros están contentos, los editores están contentos, la gente paseaba feliz, y barcelona, animada. libros y rosas en el mar. banderas, las justas. Alcaraz gana el Godó; el barça, tres puntos en prosa. el europa, equipo de segunda. la vida, así, es bella.

Vuelvo a sentir que formo parte de Catalunya. Y del mundo.

Aguantarme no es fácil, a Catalunya tampoco, pero ha llegado la hora de reconcilia­rnos

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