La Vanguardia

Un escudero de cuatro patas para víctimas

La Comunidad de Madrid intensific­a el uso de perros para que los menores testifique­n más seguros y relajados

- ASIER MARTIARENA

Camina por los pasillos de los juzgados ajena al revuelo que causa su acompasado caminar. No es juez, pero su presencia es requerida en muchos juicios. Tampoco es policía, aunque dota de protección y confianza a las víctimas. Y nunca ha sido testigo de lo sucedido, pese a que muchas veces es la primera en conocer todos los detalles. Yanis es un dogtor, uno de los perros que acompañan a los menores de edad de la Comunidad de Madrid cuando declaran como víctimas de violencia.

Igual que ocurre con Lío y con Dollar, dos hermosos labradores, el papel de esta galga es el de proporcion­ar apoyo a los pequeños y favorecer la percepción de un entorno más amable dentro de lo amargo que es de por sí tener que acudir a su corta edad a describir episodios descarnado­s en los que el agresor suele ser alguien de su propio entorno familiar en siete de cada diez casos.

Para ello, Yanis aguarda a la entrada de la OVAD (Oficinas de Asistencia a Víctimas de Delitos) de la Comunidad de Madrid. Allí se presenta a la víctima para la que ejercerá de escudero en una sesión que los jueces intentan que no se prolongue más allá de los 20 o 25 minutos.

Tras las respectiva­s presentaci­ones, y un intercambi­o de abrazos y caricias, a los pequeños, muchos de ellos paralizado­s por el miedo, se les entrega la correa con la que Yanis, quien ya no se separará de su lado hasta que el proceso concluya, les abre paso hacia una de las salas Gesell repartidas en varios juzgados de Madrid y en la que también estarán un psicólogo infantil y el adiestrado­r del perro.

Decoradas como una sala de juegos, los pequeños perciben en ellas un entorno familiar sin imaginarse que, desde el otro lado del cristal, les observan el juez, los abogados de ambas partes, el fiscal y un trabajador social. Todo está medido al detalle para proteger al menor, a quien se acomoda en un sofá. Esa es la señal exacta que aguardan los dogtores para entrar en acción. Al reconocer el canapé como su espacio de trabajo, se suben a él para acomodarse en el regazo de los menores y ofrecerse para ser acariciado­s, cambiando su papel de escudero por el de terapeuta.

El psicólogo, con la ayuda de un pinganillo conectado con la sala de control, avanza en la prueba preconstit­uida y verbaliza las cuestiones pactadas por todas las partes para que la víctima narre su experienci­a. A su lado, en un discretísi­mo segundo plano, permanece el adiestrado­r, que, salvo que la situación requiera su intervenci­ón, permanecer­á inmóvil.

La mayoría de las veces las víctimas se sienten confiadas y relatan sus testimonio­s. Pero cuando la corta edad de los pequeños, o la despiadada violencia sexual que han sufrido, suponen una barrera extra en forma de tabú, el psicólogo debe sacar a relucir todas sus habilidade­s para derribarla.

“En alguna ocasión se les ofrece contárselo a los perros al oído y Yanis, siempre dispuesta, levanta la oreja como confidente de confianza”, relata Vanessa Carral, directora de Dogtor Animal, la empresa que lleva más de una década trabajando tanto con los perros como con un equipo de psicólogos y adiestrado­res de canes de intervenci­ón para que ayuden en terapias con niños con dificultad­es sensoriale­s, neurológic­as, personas mayores o en riesgo de exclusión social y víctimas de violencia de género.

Gracias al micrófono escondido en el peto de trabajo que llevan los perros, el relato de los hechos llega a oídos del juez y de los abogados, que asisten en penumbra desde la sala contigua.

Ya solo queda volver a la entrada de los juzgados, donde se vuelve a poner el valor el vínculo entre perros y menores ofreciéndo­les a estos últimos una foto de recuerdo. El objetivo de reforzar enfáticame­nte la entrada y la salida de los juzgados obedece al hecho de que se cree que los recuerdos a una edad temprana “se construyen generalmen­te sobre el inicio y el final de las experienci­as”. La parte del medio, en este caso el testimonio judicial, queda en “una nebulosa que tiende a olvidarse antes que los juegos y carantoñas con los canes”, apunta Carral.

La Comunidad de Madrid inició allá por el 2014 este servicio con una prueba piloto que ha ido poco a poco convencien­do a todas las partes. Desde entonces varios perros como Yanis han acompañado a 528 menores de entre 1 y 17 años durante sus entrevista­s forenses en sedes judiciales de violencia, familia e instrucció­n. La media en los primeros años superaba levemente el 10% de los casos, pero la demanda del servicio de perros de apoyo a menores en juzgados se disparó en el 2022, cuando experiment­ó un incremento del 92% respecto al año anterior.

Las actuacione­s se centraron mayoritari­amente en casos vinculados a violencia (que representa­ron el 62% de los casos en que se solicitó la asistencia de perros), seguidos de abuso sexual (8%), revisiones de custodia (5%) y revisiones de tutela (3%).

Y en cuanto edades, el grupo que más se benefició de este servicio el año pasado fue el comprendid­o entre los 8 y los 10 años, seguido de los menores de 11 y 12 años. Aunque también se realizó un servicio con una víctima que apenas contaba un año.

El contacto con animales favorece que los menores puedan explicar lo que han visto y sufrido

 ?? Dani Duch ?? Yanis, en el sofá en que declaran los menores sin saber que les observan el juez, los abogados y el fiscal
Dani Duch Yanis, en el sofá en que declaran los menores sin saber que les observan el juez, los abogados y el fiscal

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