La Vanguardia

Requisitos para un nombre perfecto

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Si ayer era Sant Jordi, patrón de Catalunya, el jueves se celebra la Virgen de Montserrat, la patrona. Tantas Montserrat­s, Montses, Tonas y Serrats como existen entre la población catalana de más edad, hoy es un nombre menos frecuente entre las recién nacidas, solo 214 desde el 2010. En cambio, tiene una ventaja curiosa, apreciada en los tiempos actuales, porque tanto puede ser nombre de mujer –por la Virgen– como de hombre –el topónimo es masculino, el Montserrat–. Según el Idescat, en Catalunya hay 76.805 mujeres que se llaman así, y solo cinco hombres.

Los nombres que tradiciona­lmente se han puesto a los recién nacidos, los antropónim­os, han tenido que ver con costumbres varias. Están los que heredan el nombre de pila (de pila bautismal) de su familia, padres, abuelos o padrinos. Como si fueran una dinastía, algunas personas presumen de lucir el nombre que ya llevaba su tatarabuel­o y que se ha mantenido en las generacion­es siguientes. Otros, para no haber de cavilar mucho, ponían al crío el nombre del santo del día.

Luego están los que buscan simplement­e un nombre que les guste, o los que les ponen a sus retoños el nombre de alguien a quien admiran, sea real o de ficción. Recuerdo a una Heidi, mucho antes de que se hicieran populares los dibujos animados japoneses basados en la novela de Johanna Spyri; o una Vivian, por la actriz Vivien Leight, de una madre admiradora del personaje que juraba que nunca más volvería a pasar hambre, porque Escarlata le pareció excesivo.

En los ochenta se empezaron a poner nombres que sonaran igual en catalán y castellano

En los años ochenta, cuando parecía que un bilingüism­o equilibrad­o y respetuoso sería posible, se empezaron a extender los nombres que sonaban igual en catalán y castellano. Fue el momento de Marta, David, María, Álex, Ramón, Sara, Raquel, Raúl, Alba, Paula...

Cuarenta años más tarde, hay progenitor­es que aún piden otro requisito al nombre de sus descendien­tes: que sea válido para los dos sexos. No quieren que la criatura esté marcada precipitad­amente por un nombre que no le pega. Aquí llegan nombres unisex, como Aran, Álex, Andy, Andrea, Cris... Montserrat también habría sido buena opción, pero ya está completame­nte marcado como nombre de mujer.

Aunque la premisa es que un nombre es para toda la vida, solo es cierto sobre el papel. El nombre con el que nos conocen o nos llaman no tiene por qué ser necesariam­ente el que consta en el registro. Las personas que hacen la transición se lo cambian. Otras tienen un nombre de guerra o de pluma. En la vida clandestin­a, el cambio de nombre es moneda común. También es tradición cambiarlo cuando se entra en la vida religiosa, como el Papa, que adopta un nombre nuevo cuando ocupa la silla de san Pedro

¡Cuánta responsabi­lidad para un simple nombre!

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