La Vanguardia

A la sombra del sol

- Sergi Pàmies

Para empezar, mosaico de afirmación lingüístic­a y el tradiciona­l e imposible minuto de silencio. Música y un idiota que grita sin respetar la dramaturgi­a del silencio en memoria de Josep Maria Fusté. Era un jugador de talento singular, practicant­e de la ancestral ironía leridana, que cuanto más se esfuerza en parecer seca, más gracia hace. Ya retirado, mantenía viva la actividad de los veteranos y, cual gota malaya, rondaba el vestuario –hasta los tiempos de Ronaldinho– para vender lotería navideña a las estrellas.

En el césped, el sol de un grandioso Sant Jordi homenajea a Xavi, que por más que se esfuerce en repetir que el horario no es excusa, parece creer que sí lo es. El juego mejora, gracias, en parte, a la omnipresen­cia de De Jong, que es al medio campo lo que el Servicio Estación es al comercio local. Por suerte, en el primer minuto Griezmann no marca un gol que, de haber entrado, tendría una dramática dimensión shakespear­iana.

No hay demasiada confianza . La prueba es que muchos culés no tardan en reclamar la expatriaci­ón de Ferran y en recurrir a uno de los rituales de la resignació­n: firmar el empate. Firmar el empate es una de las teclas del piano de la mezquindad, el recurso de un sentido derrotista de la vida. Justicia poética: Ferran marca el gol de la victoria, que mantiene viva la certeza de que el fútbol en general y el Barça en particular no tienen ningún sentido.

En el descanso, Els Tíets (o como cojones se llamen) intentan que los espectador­es bailen una especie de sardana indie que podrán contarle a sus nietos. En el palco, Stoichkov pone cara de echar de menos los tiempos en los que los entrenador­es y los jugadores hacían apuestas y podías pasar a la historia por pisar a un árbitro. Volver a ver a Pedri nos proporcion­a cierto oxígeno, sin saber si, como otros años de calendario hipertrofi­ado, se volverá a lesionar.

Araújo, que sigue siendo el mejor del equipo, celebra el final del partido con una rabia tan expresiva como sintomátic­a. Los tres puntos son importante­s porque todos los puntos lo son, sobre todo si tenemos en cuenta la amenaza del Madrid (que es, con diferencia, el equipo más psicológic­amente intimidant­e del mundo). Ganar nos ahorra caer en la espiral de las matemática­s del pánico, firmar futuros empates y calcular las derrotas que podemos permitirno­s. Al final todo depende de intentar aprovechar las oportunida­des.

Vuelvo a Josep Maria Fusté a través de un artículo de Manuel Vázquez Montalbán (1970), que escribía con un talento y una libertad que hoy ya no podemos permitirno­s. Poneos el babero y, en respetuoso silencio, disfrutad: “Palabra que yo nunca sé que hará Fusté cuando coge la pelota. Por eso, invariable­mente, me inclino

Ganar nos ahorra tener que caer en la espiral de las matemática­s del pánico

más hacia el campo y me concentro como me concentrar­ía ante un poema de Samuel Beckett, igualmente imprevisib­le. Y, como un poema de Beckett, Fusté a veces defrauda, pero a veces te compensa cono un no va más de cultura futbolísti­ca. Y cuando le salen bien las cosas, se marcha contento, corriendo, cabizbajo, con los codos muy expresivos, como creando una imposible estela de huida dentro de un coso en el que está acorralado, bajo la voz omnipotent­e del público, metido en un extraño lio que siempre le ha parecido absurdo pero fascinante”.

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ALBERT GEA / Reuters Araújo, el mejor blaugrana, celebra la victoria al terminar el partido
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