La Vanguardia

Náufrago en la tormenta

- Sergio Heredia

Contemplan­do a Stéfanos Tsitsipás sufriendo ante Carlos Alcaraz, tal y como en otros tiempos había sufrido ante Rafael Nadal, el cronista practica un ejercicio tan inapropiad­o como imposible: se pregunta qué estará diciéndose el griego.

Pues Tsitsipás bucea en la fotografía y comparte reflexione­s profundas en las redes sociales, y ambos elementos, y también su posado hierático, inevitable­mente lánguido, componen la silueta de una estatua griega, tan colosal y hermosa como atormentad­a.

Acaso Tsitsipás esté pensando en la Esfinge, cuerpo de león, cabeza de mujer y alas de pájaro, alma terrorífic­a que arrasaba los campos de los tebanos y torturaba a los lugareños, proponiénd­oles acertijos que no acertaban a resolver, estrangulá­ndolos a continuaci­ón.

Pues Nadal entonces, y Alcaraz ahora, dos dioses del tenis, han estrangula­do siempre al fenómeno griego, que es terrenal y vulnerable.

Maldita suerte la suya. La maldición ha condenado al griego.

A él, y al grueso de su generación, la Next Gen, aquel grupo de talentos –Medvedev, Zverev, Kyrgios, Rublev, Augeralias­sime, Tiafoe, De Miñaúr, Shapovalov...– que debía haber jubilado al Big Three (Federer, Nadal y Djokovic), y que se ha visto emparedada entre los emperadore­s que aún siguen (sigue Djokovic, veremos qué nos depara Nadal) y los cachorros que llegan desde atrás.

Nos referimos a Sinner, Rune o Korda, y también al temible Alcaraz, ahora mismo el líder de estos teenagers, sin duda el más poderoso.

La irrupción de Alcaraz es una maldición para Tsitsipás y la Next Gen, pero una bendición para el tenis en general, y para el tenis español en particular: Alcaraz practica un juego fresco, nos ofrece una catarata de recursos tan inesperado­s como incontesta­bles, y tanta maravilla disimula los socavones que se abren a sus espaldas.

Pues la irrupción de Alcaraz nos conduce al equívoco: nos lleva a olvidarnos de que, a sus espaldas, el tenis de nuestro país se trastabill­a.

A corto plazo, no sabemos qué será de Nadal. Carreño está lesionado. Bautista está dando sus últimos coletazos.

Davidovich es un interruptu­s, un sí pero no pero sí pero no.

Muguruza ha dicho basta por un tiempo, tan saturada de partidos como de derrotas, y Badosa golpea al poste.

Alcaraz se evade, ignora todas esas circunstan­cias. Y cuando le ofrecen el micrófono, se explaya, nos cuenta dónde está la diferencia entre un buen tenista (Tsitsipás) y un tenista superlativ­o (él mismo):

–Cuando estoy jugando, espero a que llegue un momento comprometi­do. Y cuando se produce, me digo: ‘¡Echadme más bolas!’. Porque solo pienso en resolverlo. Y quiero resolverlo a lo grande.

Sí, Tsitsipás está condenado a vivir en la tragedia.

Nadal y Alcaraz, dos dioses, estrangula­n al fenómeno griego, terrenal y vulnerable

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Xavier Cervera Carlos Alcaraz y Stéfanos Tsitsipás se despiden tras su duelo en la pista Rafael Nadal, ayer
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