La Vanguardia

Catarsis o Waterloo para Macron

El presidente francés, acosado por las protestas incesantes, debe recuperar cierto consenso nacional o resignarse a un mandato fallido

- Eusebio Val París. Correspons­al

Los paralelism­os históricos, aunque subliminal­es, pueden ser peligrosos. Le ocurrió a Emmanuel Macron en su alocución televisada del pasado 17 de abril. El presidente francés se fijó como objetivo relanzar su segundo mandato, tras la grave crisis política y social por la reforma de las pensiones, con nuevas iniciativa­s que deben concretars­e en un plazo de cien días, justo para el 14 de julio, día de la Bastilla, la fiesta nacional.

¿Cien días? De inmediato surgió entre los analistas el referente de Napoleón Bonaparte. Tras regresar de su exilio en la isla de Elba y reconquist­ar el poder, en marzo de 1815, lo perdió definitiva­mente, cien días después, en la derrota de Waterloo. El emperador moriría prisionero de los ingleses en otra isla, Santa Elena, en el Atlántico, seis años después.

Macron no es Napoleón, pero sí un verdadero monarca republican­o, con más atribucion­es que la mayoría de jefes de Estado de las democracia­s, gracias a la Constituci­ón de 1958, hecha a la medida del general Charles de Gaulle. En este momento, sin embargo, un año después de su reelección, Macron es un monarca asediado, con una impopulari­dad del 72% –según la última encuesta de Le Journal du Dimanche– y sin una mayoría de partidario­s entre los diputados en la Asamblea Nacional.

El titular del Elíseo y sus ministros son recibidos estos días con sonoras cacerolada­s, insultos y abucheos en todos sus desplazami­entos. Son los llamados “comités de acogida”, irónico eufemismo. La policía se ve obligada a realizar aparatosos despliegue­s.

Ayer volvió a sucederle al propio presidente en Vendôme, en el departamen­to de Loir-et-cher, al sur de París. El lunes, en Lyon, el ministro de Educación, Pap Ndiaye, quedó bloqueado en un vagón de tren, en la estación, debido a una protesta, y hubo de ser evacuado por la policía. Por la noche, en la entrega de los premios Molière de teatro, en París, la titular de Cultura, Rima Abdul Malak, hubo de haber frente también a una contestaci­ón desde el escenario y obligada tomar el micrófono para defender la gestión del Gobierno.

El Elíseo está empeñado en una “operación catarsis” para superar la difícil coyuntura y buscar un nuevo consenso. Se trata de pasar página lo antes posible de la reforma de las pensiones y volcarse en otras iniciativa­s, como la mejora del mercado de trabajo, la transición ecológica, una regulación más pragmática de la inmigració­n, o reformas institucio­nales para elevar la calidad democrátic­a. Son buenas intencione­s que chocan con la matemática parlamenta­ria.

Los únicos aliados posibles, Los Republican­os (LR, derecha tradiciona­l), en claro declive durante los últimos años y muy divididos, temen quedar desdibujad­os por completo si se abrazan a Macron. Ofrecen pactos puntuales, pero no un acuerdo estable.

A pesar de su triunfo holgado en las urnas el año pasado (58,5% de votos frente al 41,5% de Marine Le Pen), a Macron le persigue una imagen de ilegitimid­ad entre muchos franceses. Ya había ocurrido en su primera victoria del 2017.

Ahora se ha reforzado esa impresión. Le reprochan haber olvidado los votos prestados por quienes solo querían evitar el triunfo de Le Pen. Esos electores son los más irritados. El enfado creció aún más cuando decidió no someter a votación parlamenta­ria la impopular reforma de las pensiones y aprobarla por decreto. Fue la gota que desbordo el vaso. Un agravio en el fondo y en la forma.

La democracia francesa, en realidad, lleva más de veinte años distorsion­ada por el peso de la extrema derecha y el frente republican­o para frenar la llegada al poder de esta última. Jean-marie Le Pen, en el 2002, propició un trasvase excepciona­l de votos hacia Jacques Chirac, el entonces presidente conservado­r. El fenómeno se repitió en el 2017, siendo Macron el beneficiad­o frente a Marine Le Pen. Lo mismo en el 2022.

A Macron no le está permitido presentars­e a un tercer mandato, pero Le Pen sí podría optar al Elíseo por cuarta vez. El presidente y su entorno llevan tiempo inquietos por la posibilida­d de dejar al país, como legado del segundo mandato, una victoria de la candidata ultraderec­hista en el 2027. En una entrevista con lectores del diario Le Parisien, el pasado lunes, le preguntaro­n a Macron si veía posible tener que pasar el testigo a Le Pen el día que abandone el Elíseo. “Marine Le Pen llegará si no sabemos responder a los desafíos del país y nos instalamos en el hábito de la mentira o la negación de la realidad”, contestó.

El actual presidente es consciente de que debe conseguir un mínimo de catarsis exitosa, porque facilitar la llegada al poder de la extrema derecha en Francia sería una derrota última moralmente muy dura aceptar. No en cien días, sino en cuatro años, pero un auténtico Waterloo.c

Las cacerolada­s, los insultos y los abucheos acompañan al jefe de Estado y sus ministros allá donde van

La democracia francesa lleva más de veinte años distorsion­ada por el peso de la ultraderec­ha

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GONZALO FUENTES / Reuters El presidente francés ayer en Vendôme, en un encuentro con profesiona­les de la sanidad

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