La Vanguardia

¿Nos representa­n?

- Rocío Martínez-sampere

Recordar es retener en la mente y no hay aprendizaj­e sin retención. Pero no me queda claro si aquello que uno recuerda es lo que importa o, por el contrario, todo lo que importa de verdad no es nítido ni narrable. Tenemos con nuestra memoria una relación alineal, deforme y caprichosa que hace que muchas veces aquello que has aprendido, lo más significat­ivo quizás, quede líquido y borroso y acabes recordando cosas menores.

De eso hablaba el otro día con una amiga mía que sigue dedicándos­e a la política, afortunada­mente para los ciudadanos a los que gobierna y probableme­nte seguirá gobernando el 29 de mayo. Me contaba cómo la dureza de las condicione­s reales de la gente no había disminuido, más bien al contrario; pero cómo sí había bajado la presión sobre los que ejercen la política respecto al anterior ciclo político, que estuvo muy marcado por la crisis, el 15-M y su lema principal: “No nos representa­n”. De cuánto se usa el coche oficial, de lo que llamaban política de despachos y moqueta, dedazos, primarias, referéndum­s a la militancia, incompatib­ilidades, transparen­cia, de eso –me dijo–, de eso ya no queda nada.

Hablábamos de lo difícil que fue para nosotras, políticas de la casta (sic), ese tiempo. Recordaba algunos episodios menores, por eso de los caprichos de la memoria, como el día que me quedé sola en una tertulia criticando el escrache a Soraya Sáenz de Santamaría, al que todos llamaban “medicina democrátic­a”, y la incomprens­ión –también en solitario– de las posiciones contrarias a los tratados de comercio TTIP y CETA. Solo porque, argumentab­an, eran negociacio­nes sin luz ni taquígrafo­s. Recordaba ella cómo la criticaron porque tenía concejales en su lista que repetían sin atender a la limitación de mandatos que, decían, era sinónimo de democracia, y porque cobraba el sueldo estipulado por ley.

Si una hace un análisis del grado de cumplimien­to de las demandas del 15-M que tanto ha significad­o y modificado el mapa y el hacer político en nuestro país, observará que, con mayor o menor grado de cumplimien­to, muchas de las demandas socioeconó­micas, de los desahucios a la lucha contra la precarieda­d, están hoy en la agenda colectiva. No está todo solucionad­o, ¡ni mucho menos!, pero no es menor el cambio europeo del austericid­io a una política más razonable y equilibrad­a en parte (pero no solo) gracias a movimiento­s como el de los indignados. En el debe, temas como que España ha vivido su primera crisis sin que el empleo sea la variable principal de ajuste o que Europa haya flexibiliz­ado los criterios de estabilida­d macro. En el haber, que seguimos sin unión bancaria, y del rescate seguimos sin la rendición de cuentas mínimament­e exigible.

Sin embargo, es digno de estudio que el grueso de demandas, dedicadas a los fallos de la representa­ción política, hayan caído en saco roto cuando no se ha caminado en dirección contraria (retórica aparte). Como indican los destellos de mi memoria, yo nunca creí en substituir la representa­ción por la participac­ión. Tampoco en convertir, machaconam­ente, la democracia en algo adjetivabl­e en lugar de reforzar lo que es: un sustantivo.

Me parece que hay un camino para tratar de hacer la representa­ción más representa­tiva, que no solo no hemos recorrido, sino en que hemos retrocedid­o. La evaluación, la rendición de cuentas, la mejora de la deliberaci­ón, la disponibil­idad de informació­n y el rastreo de las promesas en hechos son fundamenta­les para que cuando nos vuelvan a decir “no nos representa­n” sepamos qué contestar.

Muchas demandas socioeconó­micas están hoy en la agenda colectiva

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