Zorro Sánchez versus erizo Feijóo

Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande”. El poeta Arquíloco definía así los dos modos de encontrar sentido a nuestras existencias –que no tienen más que el que cada uno sepa darle– por el conocimiento.

A partir de la definición, Isaiah Berlin cuajó un espléndido ensayo sobre los grandes pensadores que, salvando las considerables –me temo– distancias, podríamos extender hoy a nuestros políticos en liza. Cada uno de nosotros es, en su estilo de vida, erizo o zorro; vive con mapa o con brújula; ellos, también.

Los zorros políticos, y Pedro Sánchez lo es, saben de muchas cosas, pero apenas lo justo para no perderse. Si usted va con brújula, tal vez busque solo la felicidad; pero para ellos es inseparable de un poder cada vez más personal y con menos coordenadas ideológicas.

Despreciar el mapa hace a los zorros ágiles, directos, frescos, imprevisibles. Les libera del guion, pero les expone a la sobreactuación. Son maestros en el golpe de efecto, pero a veces acaba siendo un tiro en el pie.

Los erizos, en cambio, saben mucho o casi todo de una sola cosa. Son opositores, tecnócratas, planificadores previsibles a plazo fijo, fieles al mapa que dibujaron sus ambiciones o las de sus padres desde su niñez. Feijóo, como Rajoy, es erizo que espera en puerto –aunque algunos confundan su paciencia con pereza– a que cambien los vientos hacia el poder.

Sánchez busca las olas y se crece en la tormenta. Tal vez acierte con la brújula de la ambición, la astucia del zorro y el golpe de timón de la audacia; o quizá la improvisación degenere en gesticulación suicida. Veremos.

Feijóo, mientras, empolla su mapa para saberse los temas que le harán ganar ante el tribunal de las urnas al llegar su momento. Y tal vez llegaría. Pero para Feijóo el peligro no está en que le adelante Sánchez; sino en la zorro que va en su mismo barco, con brújula propia, más ambición que la suya y la libertad de buscarse la vida y la ruta de quien tiene por todo equipaje intelectual mucho instinto y muchas prisas. Sólo así se llega desde la gestión de una cuenta de Twitter a la Moncloa.

Y la regata aún sería más divertida si no fuéramos nosotros, velis nolis, los remeros.