La Vanguardia

Barcelona, pensar en grande

- Lluís Foix

Barcelona ha avanzado con pasos de gigante cuando sus gobernante­s han pensado más en las próximas generacion­es que en las elecciones inminentes. La Exposición Universal de 1888 fue la consecuenc­ia del espíritu de la revolución industrial que latía en una ciudad pionera en la ciencia, la industria y la cultura. Las grandes familias burguesas protagoniz­aron el primer ferrocarri­l peninsular (Barcelona-mataró), instalaron el gas y la electricid­ad y pusieron en marcha empresas industrial­es, textiles y de transporte marítimo, pensando más en el progreso que vivía Manchester, que en las trifulcas políticas propiciada­s por las guerras carlistas y por los frecuentes golpes de estado palaciegos que se perpetraba­n en Madrid.

Eduardo Mendoza describe en La ciudad de los prodigios la atmósfera de fiesta que se respiraba en la ciudad en unos tiempos en los que se pensaba en grande. En el ámbito de la cultura se revitalizó la lengua catalana, se fomentaron el modernismo arquitectó­nico, la música, la literatura y otras expresione­s culturales que se englobaron en la Renaixença.

Este primer impulso de modernidad convivió con las tensiones sociales en una ciudad industrial­izada. El parque de la Ciutadella fue el epicentro de la exposición, que mostraba al mundo los avances de la ciencia y la industria. Unos años antes el ingeniero Ildefons Cerdà creó el Eixample, una de las joyas urbanístic­as que han sido una referencia internacio­nal hasta hoy mismo.

La Mancomunit­at de Prat de la Riba fue otro gran impulso de Barcelona y de Catalunya, el año en que empezaba la Gran Guerra. Se crearon nuevas estructura­s educativas, de comunicaci­ón y de servicios pensando en cómo debía organizars­e el país a medio y largo plazo. Las huellas de Prat todavía pueden verse en Barcelona y en otras ciudades catalanas. Vino la exposición de 1929, que transformó la montaña de Montjuïc y puso al día las infraestru­cturas de la ciudad en el ocaso de la dictadura de Primo de Rivera.

Todo este proceso de adaptación a la modernidad salía adelante en medio de una Barcelona que era la ciudad de las bombas, del anarquismo y de las huelgas. La guerra y la posguerra fueron tiempos tristes y duros para todos. A pesar de ello, Barcelona mantuvo el aliento cultural y de oposición minoritari­a al franquismo hasta que tras la muerte del dictador tuvo ocasión de volver a pensar en grande y dar el salto de gigante más importante del siglo con la celebració­n de los Juegos Olímpicos de 1992.

Pasqual Maragall fue el gran impulsor de la última transforma­ción de Barcelona, que se abrió al mar, trazó las rondas, construyó la Vila Olímpica y puso nuevamente la ciudad en el mapa de la excelencia mundial. Sin Juan A. Samaranch habría sido prácticame­nte imposible la concesión de los Juegos.

Barcelona se entusiasmó con el último gran proyecto colectivo. Los casi cien mil voluntario­s olímpicos demostraro­n que no era solo una operación política sino cívica y participat­iva. Todavía vivimos de los réditos de aquella transforma­ción urbanístic­a, que se remataría con el menos exitoso Fòrum de les Cultures, que sirvió, eso sí, para adecentar la parte más impresenta­ble de la ciudad. Hoy goza de un río Besòs ajardinado, que entrega sus aguas limpias al mar habiendo recuperado parte de su fauna.

L’hospitalet, a la vera del Llobregat, es la segunda ciudad catalana que ha sabido recoger proyectos e iniciativa­s que no entraban en los planes de la alcaldesa Colau. La moderna plaza Europa y su entorno es una demostraci­ón de que el área metropolit­ana barcelones­a es una realidad que pasa por encima de los límites administra­tivos, comarcales y políticos.

Falta poco más de un mes para las elecciones y sugiero a los candidatos a la alcaldía de la capital catalana que piensen en grande y huyan de debates pequeños como las illas del Eixample o el tranvía por la Diagonal. No toquen lo que está hecho y va bastante bien. Acaben la estación de la Sagrera y la línea 9 del metro. Cuiden los detalles que afectan a los ciudadanos más vulnerable­s.

Dedíquense a debatir y a ofrecer un plan integral para las 8.000 hectáreas de Collserola, el mayor pulmón verde del área metropolit­ana, un inmenso bosque con vegetación discontinu­a, rodeado por una de las áreas más pobladas de Europa y que puede ser devorado por las llamas en cuestión de horas. Es la hora de proteger, limpiar y ordenar Collserola.

La protección, limpieza y ordenación de Collserola tendría que ser el gran reto de la capital catalana

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Xavier Cervera
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