La Vanguardia

Contra la realidad

- Imma Monsó

La ganadora del premio Anagrama de novela en catalán (cuya protagonis­ta se debate entre sus contradicc­iones en una hilarante y tierna historia), Andrea Genovart, ha cotizado al alza durante unos días en el mercado de la polémica. Una polémica que tiene mucho que ver con el uso de la lengua como arma arrojadiza y muy poco con su uso como artefacto narrativo. Le reprochan escribir “en catañol”. Y es cierto que ha escrito su texto en una lengua interferid­a por un 15% de castellano aproximada­mente y un pequeño porcentaje de inglés. Es igualmente verdad que esa lengua refleja una realidad como la copa de un pino. Y es aún más cierto que no podemos pretender “salvar el catalán” y, al mismo tiempo, evitar que se contamine: ninguna lengua se ha salvado así. Las lenguas no se guardan en formol ni son una herramient­a solo apta para escolares y académicos. Las lenguas son del pueblo, que es quien les da vida, y todo lo que vive sufre mutaciones.

Genovart, en el buen uso de su libertad, ha decidido transcribi­r en Consum preferent su discurso interior, ácido y reflexivo, en ese catalán impuro que hablan buena parte de los jóvenes urbanos. Un habla que refleja su desconcier­to y su imposibili­dad de sentirse identifica­dos con el modelo estándar, que es precisamen­te el tema que trata la obra. Por más que les pese a los guardianes de la pureza, la realidad de la lengua no admite cadenas ni mordazas, y poner puertas al campo solo conseguirá acabar con lo poco o lo mucho que nos quede del catalán.

Vienen a cuento aquí las palabras de este ácrata genial, filósofo, lingüista y sabio estudioso de las lenguas clásicas que fue Agustín García Calvo, enemigo de la miopía de la Real Academia, siempre empeñada en entorpecer la natural evolución del español y conservar formas del latín que el pueblo llevaba años sin usar: “Puede que estas te parezcan un par de inocentes pedantería­s de los Cultos, pero, ah lector, como la cultura es el poder, han acarreado que la gente, a la que se ha hecho perder el don de escribir como se habla, no sepa a qué atenerse con la h, la

b o la v, y deba, para ‘escribir bien’, o sea demostrar su cultura, recurrir a la autoridad, necesite manuales de ortografía y, en el colmo del progreso, el tocho de 800 páginas de Ortografía de la Academia”.

La lengua de Andrea Genovart refleja una realidad como la copa de un pino

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