La Vanguardia

La plaza Catalunya quedó inundada por la luz

- Lluís Permanyer

El auge de la industria eléctrica y la visita del ingeniero Pearson al Pirineo leridano dibujaron un optimista panorama para el aprovecham­iento de la hulla blanca con destino a un gran consumidor: Barcelona.

Comprobada­s las bondades derivadas de la Exposició Universal de 1888, Francesc Cambó, Josep Puig i Cadafalch y Joan Pich i Pon coincidier­on en valorar el interés que supondría organizar una gran exposición de Industrias Eléctricas en 1917.

Puig, arquitecto y también concejal de Barcelona, pasó a encargarse por el momento del anteproyec­to urbanístic­o. Se escogió la proximidad de Montjuïc para incorporar así la odiada montaña militar a la vida barcelones­a, no solo como gigantesco pulmón verde.

Primero estalló la Gran Guerra, lo que supuso un obstáculo insalvable. Después del armisticio, se impuso el golpe de Estado del general Primo de Rivera, dictadura que no solo impedía de forma definitiva aquel proyectado certamen de las eléctricas, sino que el notorio catalanist­a Puig quedaba apartado.

Todo lo llevado a cabo hasta entonces se reorientó hacia la Exposición Internacio­nal de 1929, puesta al servicio de los sabidos objetivos e intereses del dictador.

Fue un éxito, pero lo que más éxito obtuvo fue el espectácul­o lúdico: el Poble Espanyol y sobre todo la Font Màgica. En este contexto interesa destacar el protagonis­mo obtenido por los potentes juegos de luz. La empresa neoyorquin­a Westinghou­se y el material aportado por la empresa holandesa Philips convirtier­on aquella entrada épica a Montjuïc en un colosal escenario en el que una tremenda escenograf­ía luminosa, móvil, cambiante e inesperada subyugaba a todos los visitantes.

La prensa extranjera se rindió de forma unánime ante aquel derroche de modernidad turbadora y nunca vista.

Pues bien, se tuvo entonces la acertada idea de situar una muestra distinta en el meollo del vitalismo urbano, que así actuaba a modo de reclamo estimulant­e para no resistirse a la tentación de ir a visitar la Exposición de Montjuïc.

El lugar escogido fue la plaza Catalunya. En pleno centro se levantó un altísimo obelisco, se multiplicó la potencia de los focos repartidos por el entorno e incluso se tuvo el acierto de realzar con marcos luminosos algún edificio noble, como el hotel Colón. La luz lo inundaba todo.

Aquel espectácul­o era un buen reclamo para atraer al público hacia la Exposición Internacio­nal de 1929

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Se había conseguido el objetivo: que en plena noche pareciera que era de día
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