La Vanguardia

Occidente necesita un manual para hacer amigos

La primera guerra fría fue ideológica entre dos bloques aislados. La segunda es un pulso pragmático entre dos grandes poderes interdepen­dientes en el que China se muestra más hábil que Occidente para hacer amigos.

- Ramon Aymerich

La luz de la tarde se cuela por la ventana de uno de los comedores del Principal, restaurant­e de negocios barcelonés, mientras el anfitrión muestra a toda la mesa un pin que lleva en la solapa y que le acredita como “amigo de China”. Los comensales fingen interés y dos de ellos se alzan para observarlo de cerca. El empresario del pin explica que para conseguirl­o ha tenido que adaptar la producción de la filial china a petición de las autoridade­s. A cambio, en tiempos de escasez eléctrica, la fábrica que tiene cerca de Shenzen ha sufrido menos cortes de energía que el resto de empresas del polígono.

“Los chinos son gente de palabra...”, dice el del pin ya en el segundo café. Todos asienten. Son propietari­os o inversores en empresas viajadas. Son demócratas y gente que ha leído. El fin de las libertades en Hong Kong les desagradó. Les tocó en el alma. Pero también son gente pragmática y no creen que eso deba afectar al negocio.

Esa ambigüedad hacia China no es una particular­idad local. La comparten todos los empresario­s del mundo que han hecho, hacen o quieren hacer negocios con el gigante asiático. En Estados Unidos conviven hoy dos maneras de ver el problema. Hay una clase política preocupada por el empleo que se perdió en las deslocaliz­aciones, que tiene la seguridad nacional como prioridad y que ha elegido a Pekín como adversario definitivo al que buscan construirl­e un nuevo telón de acero. Y hay también un capitalism­o financiero que dice lo contrario y que teme las consecuenc­ias de esa confrontac­ión.

Un representa­nte de este sector, habitualme­nte silencioso, Hank Paulson, exsecretar­io del Tesoro y voz oficiosa de Wall Street, ha explicado al Financial Times que Washington ha infravalor­ado el peso de Pekín y su capacidad para hacer amigos. “Si vamos demasiado lejos reduciendo el comercio y la inversión y vamos más allá de lo que nuestros aliados y socios quieren hacer, quedaremos aislados”, advierte Paulson, que no oculta sus simpatías hacia Pekín.

La actual secretaria del Tesoro, Janet Yellen, ha ensombreci­do las expectativ­as de los halcones que buscan la fragmentac­ión del mercado global (decoupling): “Una completa separación de nuestras economías (de China y Estados Unidos) sería desastrosa para ambos países y desestabil­izaría al resto del mundo”.

La realidad es que esta segunda guerra fría se parece poco a la primera. Aquella fue una guerra ideológica. Esta, en cambio, es una confrontac­ión pragmática entre dos grandes poderes. La primera fue un pulso entre mundos separados. Esta se produce en medio de una pegajosa interdepen­dencia entre países.

Joe Biden dijo en Varsovia que la guerra de Ucrania enfrenta a democracia­s con poderes autoritari­os. El problema de ese planteamie­nto (correcto de partida) es que hay una porción muy grande del mundo que no lo compra. Si la Rusia de Putin ha sobrevivid­o a las sanciones aplicadas por Occidente desde el inicio de la guerra, es justamente porque hay un buen número de países que siguen haciendo negocios con ella.

Brasil, una democracia, no le vende armas a Ucrania, pero necesita los fertilizan­tes de Rusia. India, otra democracia, le compra su petróleo. Turquía también. La lista de los países que mantienen relaciones comerciale­s con Moscú es larga: Arabia Saudí, Indonesia, México... hasta una docena larga de potencias de tamaño medio cada vez más activas.

No hay una etiqueta que defina a países tan diferentes. Algunos les llaman Sur Global en contraposi­ción al norte. Otros mencionan a los Brics, acrónimo de un club que abarca solo a cinco de ellos. Existe también el precedente de los No Alineados de los años sesenta. Pero entonces eran más pobres, pesaban menos y acabaron en el antiameric­anismo.

Lo que les une a todos es que no aceptan la invasión rusa de Ucrania ni tampoco sus amenazas nucleares. Pero no comparten la política de sanciones hacia Moscú. Todos (salvo India, por proximidad y competenci­a) se dejan seducir por el discurso facilón y “pacifista” de China. Y se irritan ante el paternalis­mo, en algunos casos amenazante, de Estados Unidos y de sus aliados en la guerra. Ellos lo que quieren es crecer, buscan inversione­s y quieren erradicar la pobreza de sus sociedades. Piensan que Estados Unidos y Europa

Biden habla de democracia contra autoritari­smo, pero la mitad de países no compra esa propuesta

“Lo que obtenemos de China es un aeropuerto; lo que obtenemos de EE.UU. es un sermón”

han gobernado mal los primeros treinta años de la globalizac­ión y han frustrado algunas promesas que les hicieron. Se han vuelto muy pragmático­s. Por eso agradecen las maneras de China, a la que ven más igualitari­a en el trato que los viejos poderes postcoloni­ales.

Quien mejor ha reflejado el desapego de este grupo de países hacia Occidente (no solo hacia Estados Unidos) ha sido precisamen­te un americano de Harvard, un economista bien conectado con las finanzas. En la reunión de primavera del FMI en Washington, Lawrence Summers declaró ante las cámaras de Bloomberg TV que “alguien de un país en desarrollo me dijo: ‘lo que obtenemos de China es un aeropuerto; lo que obtenemos de Estados Unidos es un sermón’”.

En los últimos días, Xi Jinping no ha dejado de recibir mandatario­s extranjero­s, ha propiciado un acuerdo entre las dos potencias antagónica­s de Oriente Medio (Arabia e Irán) y habla de infraestru­cturas y globalizac­ión. Occidente necesita de forma urgente un manual para moverse en este mundo complejo. Para hacer amigos y convencer. De lo contrario, llegará un día en que los clientes del Principal llevarán todos el pin.

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