La Vanguardia

Apoteosis con sabor a despedida

Bruce Springstee­n deja en dos días de conciertos en Barcelona un repertorio lleno de miradas al pasado

- Francesc Bombí-vilaseca Barcelona

El recuerdo que Bruce Springstee­n deja en Barcelona tras dos intensosco­nciertos será difícil de borrar. No solo por el seguimient­o que se le ha hecho por tierra, mar y aire (a él y a sus invitados), sino, y sobre todo, por la intensidad de las descargas emocionale­s que ha disparado en dos sesiones de casi tres horas.

El inicio de la gira europea se ha celebrado como correspond­e, por una parte porque el rockero de Nueva Jersey es referencia imprescind­ible e indiscutib­le del rock de esta dios, y por otra porque al mismo tiempo representa el final de una era en la que el rock fue la música de la juventud rebelde. La media de edad en el estadio era alta, a pesar de haber niños dispuestos a resistir las horas de espera y de canciones con la épica de la nostalgia aliñada con las ganas de vivir en el presente. Transmisió­n generacion­al.

Todo fin tiene un principio, y si la mayoría de los conciertos de la gira –el viernes también– empezaban con un himno como No surrender, el arranque del domingo permite ver una declaració­n de intencione­s al público:My lo vewill notl et yo udown( mi amor note decepciona­rá ). Y no decepcionó ninguno de los dos días, tampoco con los cambios en el repertorio. Hay de todo para todos, y si cayeron la vigorosa Candy’s room ,el medio tiempo de Human touch y la festiva Pay me my money down, fueron sustituida­s por temas entre la potencia reivindica­tiva de Trapped (canción reggae de Jimmy Cliff que en los ochenta Springs te en incorporó al repertorio­en directo) o el puro rock’ n’ roll de Johnny 99 con lucimiento de toda la banda y en especial de la sección de viento, y Ramrod.

Es cierto que el domingo no había la –relativa– tensión de si Barack Obama estaba en el estadio, pasada la sorpresa de ver a la ex primera dama haciendo coros con Patti Scialfa y Kate Capshaw, y el rodaje del segundo concierto hizo más festiva la relación con Steve van Zandt, recuperand­o la complicida­d y jugando quizá como los adolescent­es que salen en sus can en ciones, sin necesidad de impostar nada porque ya está todo hecho. The Boss ya no se tira por el suelo, ni salta como antes ni corre arriba y abajo del escenario, pero mantiene la chispa y la vitalidad junto a un liderazgo que reparte juego y dirige la est re etband con energía y rotundidad a sus 73 años.

Un repertorio lleno de miradas al pasado, alas amistades perdidas

el camino –Ghosts, Backstreet­s, Glory days o Bobby Jean–, y recuperand­o el soul que también lo inspiró al principio –además de la versión Nightsift, temas antiguos como The street shuffle o Tenth avenue freeze out–. Por no hablar de las crónicas paralelas deThund erro ad oBorntor uno la renovada solemnidad deBornint he USA.

Pero también hay espacio para abrirse a su público en Letter to yo u :“he intentado reunir todo/ lo que mi corazón cree cierto / y os lo envío en mi carta. / Cosas que he aprendido en momentos buenos y malos / las he escrito con tinta y sangre. / He hurgado en el fondo de mi alma / con el corazón en la mano / y os lo envío en mi carta”, subtitulad­a en catalán.

Y, después de recordar a Clarence Clemons y Dany Federici, con los corazones arriba, bajar el telón con una despedida como I’ll see you in my dreams: “Te veré en mis sueños / cuando nuestros veranos se hayan acabado (...). Porque la muerte no es el final”. Se ha acabado la fiesta.

El segundo concierto hizomásfes­tiva la relación conste ve van Zandt recuperand­o la complicida­d adolescent­e

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O /E Jrdp/tr Bruce Springstee­n ofreció a sus seguidores imágenes icónicas de un rockero con todas las de la ley

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