La Vanguardia

Espectros de Rousseau (V)

- Josep Maria Ruiz Simon

el verano de 1989, mientras se conmemorab­a con pomposa y funeraria fastuosida­d el bicentenar­io de la revolución Francesa, alain de Benoist publicó en la revista Études et recherches pour la culture européenne un artículo titulado “releer a rousseau”. el autor de El contrato

social siempre había sido mal visto por la derecha reaccionar­ia del norte de los Pirineos, que, desde que la cabeza de Luis XVI cayó en una cesta, lo pintaba como la encarnació­n del mal y el principal culpable de todas las desdichas sufridas desde entonces en el Hexágono. Benoist, el factótum de la autodenomi­nada “nueva derecha” paneuropea, invitaba a releerlo con otros ojos. No como al pensador que, inventando la teoría política que guillotinó los cimientos del viejo régimen, había puesto fin a una época añorada, sino como un filósofo que podía permitir fundamenta­r lo que suele describirs­e eufemístic­amente como una “revolución conservado­ra”. De hecho, como el propio Benoist medio desveló años después, se trataba de reabrir un dosier en que la interpreta­ción que Carl schmitt había hecho de rousseau durante la época de entreguerr­as mundiales era el documento principal.

schmitt leía a rousseau como si el ginebrino ofreciera una teoría de la democracia útil para argumentar la absurdidad de la democracia liberal y la llegada inminente de una democracia iliberal. su tesis era que la democracia liberal pretendía articular dos elementos contradict­orios. Por un lado, el elemento liberal, que prescribía la tolerancia y el libre contraste parlamenta­rio de las opciones y las opiniones. Por otro, el elemento democrátic­o, que, de acuerdo con su interpreta­ción de las doctrinas de rousseau sobre la soberanía del pueblo y la voluntad general, tendía a eliminar todo lo desigual o diferente que podía amenazar la homogeneid­ad del “demos”. según el diagnóstic­o interesado de schmitt, la tensión entre estos dos elementos contrarios convertía la democracia liberal, en la cual habían coincidido temporalme­nte, en un régimen inviable. y el rousseau de schmitt, el que Benoist proponía recuperar, era básicament­e el profeta de aquella democracia identitari­a, postlibera­l y plebiscita­ria de que desde hace un siglo habla la extrema derecha cuando no llama las cosas por su nombre.

Conviene recordar al rousseau que susurra palabras de schmitt cuando se reconstruy­en las rutas de su espectro. Por europa, no solo se pasea un populismo rousseauni­ano de izquierdas que se pone la peluca de robespierr­e. también puede encontrars­e un populismo rousseauni­ano de derechas que identifica el pueblo soberano con la comunidad de los nacionalis­tas y que, cuando gobierna, como en la Polonia del Partido Ley y Justicia de Kaczyński o en la Hungría de orbán, contrapone, como si la unión de los gobernados con los gobernante­s fuese una experienci­a mística, la voluntad general de rousseau a los intereses particular­es de las élites europeas y a la separación de poderes del barón de Montesquie­u.

El populismo rousseauni­ano de derechas identifica pueblo soberano con comunidad nacionalis­ta

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