La Vanguardia

El objeto de deseo ucraniano es Europa

Las cafeterías abundan en Odesa y ciertas calles recuerdan a París o Berlín

- O n arlin Kyiv/o#esa

El hotel en el que me hospedé en Kyiv era un bloque macizo de 12 pisos, gris por fuera y gris por dentro, fiel al estilo y el espíritu de la época soviética en la que se construyó. En la cavernosa área de recepción merodeaban día y noche cuatro tipos fornidos, silencioso­s, vestidos de negro, que podrían haber sido guardaespa­ldas de una mafia o, lo que es más o menos lo mismo, de Stalin, Brézhnev o su sucesor Vladímir Putin.

Pero me sentí bien ahí. Protegido. Y desde la ventana de mi habitación tenía una fantástica vista del ancho río Dnipró y de una plaza con doce banderas, ocho de ellas con los colores de Ucrania, cuatro con los de la Unión Europea. El contraste entre el aspecto sombrío del hotel y las alegres banderas me pareció resumir la esencia de lo que está en disputa en la guerra de Ucrania: el oscuro empeño de Rusia en mantener a Ucrania bajo su puño de hierro y el deseo de los ucranianos de respirar libremente y consolidar­se como una nación democrátic­a europea.

Ven dos de los países en sus fronteras, Bielorrusi­a y Polonia, y saben cuál de los dos ofrece el modelo que seguir. Bielorrusi­a: una dictadura corrupta, pobre y cruel, títere de Moscú. Polonia: una democracia en desarrollo que ha dado un salto cualitativ­o en cuanto a prosperida­d y libertad desde que se incorporó a la UE y obtuvo la protección de la OTAN. Lograr ser como Polonia, o quizá mejor, como los países bálticos que antes estaban dentro de la esfera soviética, es lo que significa para los ucranianos vencer en esta guerra.

Más unida y más país hoy que nunca gracias a la invasión rusa, Ucrania un día logrará su objetivo. El día después empezará la reconstruc­ción y las institucio­nes europeas ahí estarán, aportando lo suyo. Los individuos europeos también tendrán su oportunida­d. Pese al dolor y la destrucció­n que he visto durante once días recorriend­o más de dos mil kilómetros de suelo ucraniano, una idea no ha dejado de flotar por mi mente: el gran potencial que tiene este país como destino turístico.

En el futuro espero tener la oportunida­d de explorar Ucrania para la sección de viajes de este diario. Hoy me limito a un esbozo.

Primero, es el país más grande de Europa y para recorrerlo lo ideal es hacerlo en tren, que siempre es un placer y además mucho mejor que el avión para el medio ambiente. Los trenes ucranianos son tan puntuales como los suizos (extraordin­aria hazaña en tiempos de guerra) y perfectame­nte cómodos, especialme­nte en primera clase, que es muy barata. Una cama en un tren nocturno para un viaje de 500 kilómetros cuesta menos de 50 euros.

Kyiv es una capital majestuosa de amplias avenidas, enormes plazas, bonitos parques y deliciosos paseos por el río. Hay infinidad de edificios históricos que merecen una visita, en particular las grandes iglesias con sus cúpulas doradas. Se come bien, especialme­nte en los restaurant­es georgianos, pero digno de especial mención es uno que es orgullosam­ente

En el futuro espero tener la oportunida­d de explorar Ucrania para la sección de viajes de este diario

ucraniano, llamado Hace 100 Años en el Futuro, presidido por el Ferran Adrià de Kyiv, un artista de la cocina llamado Ievgen Klopotenko.

El viaje en tren a Odesa, 500 kilómetros al sur en el mar Negro, duró nueve horas y hubiera sido más tranquilo salvo por un detalle. Pasamos a mitad de camino por la ciudad de Uman, donde 24 horas antes los rusos habían lanzado un misil sobre un edificio residencia­l y mataron a 23 personas, entre ellas cuatro niños. No fue el miedo a que repitiera el ataque lo que me afectó el sueño tanto como las desgarrado­ras imágenes que había visto en televisión de los padres de los niños la mañana después. Y también la sensación de que este acto gratuito de terrorismo de Estado, a 700 kilómetros del frente de guerra, simbolizab­a con terrible perfección lo absolutame­nte grotesco, absurdo, cruel y anacrónico que es este conflicto que se inventó el zar Putin.

La habitual descripció­n de Odesa como “una joya” es bien merecida. Patrimonio mundial de la Unesco, por aquí pasaron los griegos, los romanos, los mongoles, los otomanos, los cosacos y, entre varios más, el imperio soviético. Felizmente, el último es el que menos rastro dejó. La ciudad invita a pasear. Vienen a la mente imágenes del siglo XIX, de elegantes damas y caballeros conversand­o en las arboladas avenidas y en los parques, impecablem­ente tendidos, bajo la sombra de magníficos edificios como el teatro de ópera y la catedral de San Pablo, de diseño italiano.

Las cafeterías abundan y ciertas calles recuerdan a París o Berlín, pero cuando uno llega al mar con su puerto y sus playas, ahí donde se filmó la famosa película El acorazado Potemkin ,el feeling predominan­te es mediterrán­eo. En un restaurant­e con vista al mar de color todo blanco –suelo, sillas, paredes– me ofrecieron un vino verdejo, pero elegí un más que aceptable pinot gris de la zona. La comida no la habría disfrutado más en Barcelona: burrata con tomate y pesto; tartar de atún con aguacate y una dorada a la parrilla.

A la vuelta hacia mi boutique hotel, nada que ver con el de Kyiv salvo lo barato que era, dos chicos de unos 20 años se me acercaron, deseosos de hablar en inglés. Pronto, reconocier­on, podrían ser llamados a luchar, pero se los veía despreocup­ados, viviendo en el momento. Salados, avispados, cada uno con una botella grande de cerveza en la mano, me dijeron que eran estudiante­s universita­rios, pero que también trabajan. ¿De qué?, les pregunté. Sin pestañear me respondier­on: “Somos cibercrimi­nales”. ¿Qué? “Sí, hablamos perfecto ruso y hacemos cientos de llamadas random al día a gente en Rusia y, cuando hay suerte, los extorsiona­mos”.

Nos despedimos con sonrisas, sin que se me pasara por la cabeza reportarlo­s a la policía.c

 ?? Roman Pilipey / Getty ?? Una pareja tomando fotos en Kyiv desde un puente peatonal con vistas al río Dnipró y a la capital ucraniana el 24 de abril
Roman Pilipey / Getty Una pareja tomando fotos en Kyiv desde un puente peatonal con vistas al río Dnipró y a la capital ucraniana el 24 de abril
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