La Vanguardia

La política punky que viene

- Francesc-marc Álvaro

Su caracterís­tica principal es cargarse lo que separa la política de la guerra: las formas. Es el resentimie­nto elevado a gran espectácul­o, es la humillació­n del adversario, es la jactancia del que tiene la palanca, es perseguir la destrucció­n del otro bando, es –en definitiva– el sueño de cualquier tirano, pero sin pasar por los tiros, las bombas y la Guerra Civil. Las formas deformadas, retorcidas hasta que no sean reconocibl­es. Las formas pulverizad­as por la voluntad de poder y la representa­ción hiperbólic­a del liderazgo duro. Lección y ejemplo de libro: el equipo de Díaz Ayuso impidiendo que el ministro Bolaños acceda a la tribuna de autoridade­s del desfile del Dos de Mayo. Romper las formas e imponer el trágala al otro.

La lógica amigo-enemigo convertida en reality show para uso y disfrute de la propia parroquia y aviso a navegantes. El fantasma de Carl Schmitt bailando un chotis en la Gran Vía, el talante del falangismo primitivo disfrazado de coartada protocolar­ia y el trumpismo cañí viniéndose arriba (España). Y todo efectuado con la actitud pretendida­mente gamberra de las nuevas derechas, las mismas que les venden a los jóvenes que no está mal que te llamen “facha” por llevar la contraria. Es la política punky.

Punkies, pero no tontos. El lema de Ayuso y sus partidario­s no es “no future”. Su lema podría ser “no pacto”. Es la evolución de una frase con la que Aznar resumió su modus operandi: “Primero se vence, luego se pacta”. Así fue a partir de la mayoría absoluta que logró en el 2000. Con ello, la presidenta autonómica madrileña intensific­a la polarizaci­ón, pesca en el caladero de Vox y, de paso, como apunta Enric Juliana, envía un turbio mensaje a Núñez Feijóo, un conservado­r atrapado en las fauces de una estrategia ajena.

Aunque parezca entusiasmo, lo que agita Ayuso es otra cosa. Es la desesperan­za convertida en lanzallama­s. Diego S. Garrocho ha explicado muy bien, en el diario Abc, que con el antisanchi­smo como única bandera nadie podrá ir muy lejos. Ayuso encarna hoy el afán de destrucció­n que ha desplazado al conservadu­rismo en los predios de la derecha democrátic­a, hasta confundirl­a con la ultraderec­ha. Desesperan­za y patada. La política punky que trata de cabalgar todos los malestares a partir de un teatro de gestos abrupto, faltón y destinado a alimentar la pulsión hooligan de todo votante.

En un ensayo delicioso sobre el arte de la política, Édouard Balladur, que fue primer ministro de Francia, se pregunta “qué precio hay que pagar” por la victoria en las elecciones. Exhibiendo una moderación ejemplar, resume: “El político puede elegir mantenerse fuera de una batalla que se parece a un pugilato, sin reglas ni decencia, puede elegir recordar los retos de la competició­n sin bajar al nivel de los contrincan­tes, marcar el contraste con la prohibició­n de ciertos ataques, intentar conservar la dignidad con la distancia. Así mantendrá la autoestima; no es seguro que se lo agradezcan, ni tan siquiera los que le apoyan, que quieren ganar como sea”.

Ayuso hace todo lo contrario de lo que formula el dirigente gaullista. Su horizonte es la victoria por KO, esa en la que el rival desaparece de las institucio­nes y las fotografía­s. No es casual que, el pasado marzo, enviara un watsap al chat de sus diputados en la Asamblea de Madrid con un mensaje muy claro sobre lo que había que hacer con la oposición de izquierdas: “Matadlos”. Y es que hay metáforas que tienen la virtud de iluminar la habitación como mil hogueras.

Lo que agita Díaz Ayuso es la desesperan­za convertida en lanzallama­s

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