El hábitat de los monstruos
El hecho internacional más decisivo de los últimos tiempos no es, como podría parecer, la invasión rusa de Ucrania, sino la apresurada huida de las tropas americanas de Afganistán. Verano del 2021. Caía el telón: finalizaba el liderazgo exclusivo de los EE.UU. sobre el mundo. La creciente conflictividad actual es consecuencia de aquella huida. Durante la guerra fría, recordémoslo, el mundo estaba dividido en dos bloques: americano y soviético. Aquel orden se fundamentaba en el respeto de las zonas de influencia y en la formidable disuasión de la bomba atómica. La amenaza nuclear, paradójicamente, fundamentaba una paz generalizada. Con todo, ambos bloques se concedían la posibilidad de la guerra en territorios entonces considerados periféricos: Sudeste Asiático, Próximo Oriente, África.
A finales del siglo XX, tras la caída del muro de Berlín y el hundimiento del bloque soviético, el mundo quedó en manos de un único poder hegemónico: EE.UU. El capitalismo había ganado la batalla de la historia. El liberalismo se movía con tanta comodidad que acabó haciéndose trampas en el solitario (crisis del 2007-2008). Norteamérica impuso el orden militar en el Próximo Oriente (primera y segunda guerra de Irak). Aquellas carísimas intervenciones desmontaron el precario equilibrio del Oriente musulmán y dieron alas al terrorismo, contestado, tras la caída de las Torres Gemelas, con la furiosa e insensata invasión de Afganistán. Un error que se repitió en la estúpida iniciativa de Sarkozy destruyendo el orden libio. Por razones distintas, también Siria estalló en pedazos. Resultado: devastación y oleadas migratorias sobre Europa que han dado un enorme poder a quien posee la llave de paso: Turquía, Rusia, Marruecos.
EE.UU. debe destinar asimismo enormes energías a controlar los océanos, especialmente los estrechos por los que circula el comercio mundial. Una parte de las élites norteamericanas empujó la frontera de la OTAN hasta las puertas de Rusia (de ahí la guerra de
Ucrania). Pero otra hace ya tiempo que exige un repliegue. EE.UU. tiene que estar atento a todos los conflictos en los lugares estratégicamente interesantes del planeta (hidrocarburos, agua, tierras raras). Tiene que hacer tantas cosas, que una parte de su inteligencia (no solo el trumpismo) pide retroceder país adentro, donde crece el malestar por la desindustrialización, los conflictos interétnicos y la imparable fuerza económica y tecnológica de China. ¿Fatiga? ¿Impotencia del gendarme? ¿Repliegue? Un poco de todo. La apresurada fuga de Afganistán proclamaba un mensaje a las potencias emergentes y a los países con vecinos incómodos o apetecibles: actúe sin miedo a EEUU, que no intervendrá, excepto para salvar a Taiwán de China (y también eso está por ver).
Este es el marco de la guerra de Putin. Es de prever una época de conflictos como los que han estallado en Sudán y Asia Central. Un mundo en desorden. Hasta que aparezca un nuevo orden, nos esperan años de conflictividad mundial, acentuada por los dos grandes problemas: climático y energético. Este desorden internacional se contagia a la vida interna de los países. La polarización, el conflicto de identidades y la mala educación de la política española son la traducción casera del desconcierto mundial. Es la famosa frase de Gramsci sobre el orden que no acaba de morir y el nuevo que no acaba de nacer. Frase que culmina con una imagen inquietante: el desorden es el hábitat ideal de los monstruos.c
El desorden internacional enmarca la creciente mala luna de nuestra política