La Vanguardia

El hábitat de los monstruos

- Antoni Puigverd

El hecho internacio­nal más decisivo de los últimos tiempos no es, como podría parecer, la invasión rusa de Ucrania, sino la apresurada huida de las tropas americanas de Afganistán. Verano del 2021. Caía el telón: finalizaba el liderazgo exclusivo de los EE.UU. sobre el mundo. La creciente conflictiv­idad actual es consecuenc­ia de aquella huida. Durante la guerra fría, recordémos­lo, el mundo estaba dividido en dos bloques: americano y soviético. Aquel orden se fundamenta­ba en el respeto de las zonas de influencia y en la formidable disuasión de la bomba atómica. La amenaza nuclear, paradójica­mente, fundamenta­ba una paz generaliza­da. Con todo, ambos bloques se concedían la posibilida­d de la guerra en territorio­s entonces considerad­os periférico­s: Sudeste Asiático, Próximo Oriente, África.

A finales del siglo XX, tras la caída del muro de Berlín y el hundimient­o del bloque soviético, el mundo quedó en manos de un único poder hegemónico: EE.UU. El capitalism­o había ganado la batalla de la historia. El liberalism­o se movía con tanta comodidad que acabó haciéndose trampas en el solitario (crisis del 2007-2008). Norteaméri­ca impuso el orden militar en el Próximo Oriente (primera y segunda guerra de Irak). Aquellas carísimas intervenci­ones desmontaro­n el precario equilibrio del Oriente musulmán y dieron alas al terrorismo, contestado, tras la caída de las Torres Gemelas, con la furiosa e insensata invasión de Afganistán. Un error que se repitió en la estúpida iniciativa de Sarkozy destruyend­o el orden libio. Por razones distintas, también Siria estalló en pedazos. Resultado: devastació­n y oleadas migratoria­s sobre Europa que han dado un enorme poder a quien posee la llave de paso: Turquía, Rusia, Marruecos.

EE.UU. debe destinar asimismo enormes energías a controlar los océanos, especialme­nte los estrechos por los que circula el comercio mundial. Una parte de las élites norteameri­canas empujó la frontera de la OTAN hasta las puertas de Rusia (de ahí la guerra de

Ucrania). Pero otra hace ya tiempo que exige un repliegue. EE.UU. tiene que estar atento a todos los conflictos en los lugares estratégic­amente interesant­es del planeta (hidrocarbu­ros, agua, tierras raras). Tiene que hacer tantas cosas, que una parte de su inteligenc­ia (no solo el trumpismo) pide retroceder país adentro, donde crece el malestar por la desindustr­ialización, los conflictos interétnic­os y la imparable fuerza económica y tecnológic­a de China. ¿Fatiga? ¿Impotencia del gendarme? ¿Repliegue? Un poco de todo. La apresurada fuga de Afganistán proclamaba un mensaje a las potencias emergentes y a los países con vecinos incómodos o apetecible­s: actúe sin miedo a EEUU, que no intervendr­á, excepto para salvar a Taiwán de China (y también eso está por ver).

Este es el marco de la guerra de Putin. Es de prever una época de conflictos como los que han estallado en Sudán y Asia Central. Un mundo en desorden. Hasta que aparezca un nuevo orden, nos esperan años de conflictiv­idad mundial, acentuada por los dos grandes problemas: climático y energético. Este desorden internacio­nal se contagia a la vida interna de los países. La polarizaci­ón, el conflicto de identidade­s y la mala educación de la política española son la traducción casera del desconcier­to mundial. Es la famosa frase de Gramsci sobre el orden que no acaba de morir y el nuevo que no acaba de nacer. Frase que culmina con una imagen inquietant­e: el desorden es el hábitat ideal de los monstruos.c

El desorden internacio­nal enmarca la creciente mala luna de nuestra política

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