La Vanguardia

Espectros de Rousseau (y VI)

- Josep Maria Ruiz Simon

Rousseau fue el primer filósofo que imaginó a los pueblos como comunidade­s de destino en lo sentimenta­l. Y esta imagen, que no tardó en convertirs­e en el ideal republican­o o nacionalis­ta de las naciones modernas, contribuyó decisivame­nte a la conversión de un sector importante de la estrategia política en una variante más o menos cínica del discurso amoroso. El subtexto de este discurso habla de la historia de una pareja en crisis (el pueblo soberano y los representa­ntes o las élites que le quitan su soberanía) y de un pretendien­te recién llegado, el emisor de este discurso, que aspira a encarnar (a los ojos del pueblo) la promesa de una vida mejor. Este es el argumento romántico de las revolucion­es contemporá­neas. Y, desde la francesa, como si fuera una serpiente, el espectro de Rousseau acostumbra a cambiar de piel cuando llega una primavera. Como hemos ido recordando, durante los últimos años, mientras quienes recomendab­an releer El contrato social como un manual nacionalis­ta de desliberal­ización de la democracia ganaban posiciones, se le ha visto manifestán­dose con chaleco amarillo por las calles de Francia, cuchichean­do en la oreja de Mélenchon las recetas del populismo de izquierdas de Laclau y Mouffe bajo la peluca de Robespierr­e, convertido en imagen de marca tecnopopul­ista de la plataforma digital del Movimiento Cinco Estrellas, metamorfos­eado en símbolo de la bifurcació­n ecológica o envuelto en una u otra bandera nacional para promover la imagen de un pueblo culturalme­nte homogéneo que lucha contra sus enemigos.

A veces, en las historias de amor romántico, rivalizan dos pretendien­tes. En el horizonte actual del pueblo susceptibl­e de enamoramie­nto aparecen el populismo de izquierdas y el populismo de derechas jugando sus respectiva­s cartas de seducción. Y, en su guerra por la hegemonía, el populismo nacionalco­nservador intenta ganar la batalla de las ideas dejando la pelota a la izquierda y jugando a la contra. Las redes sociales, con sus posesiones verbales cortas y sus transicion­es conceptual­es rápidas y verticales, favorecen esta táctica. Pero el método es antiguo. Como explicó Quentin Skinner, el mejor truco para legitimar políticas que, de entrada, se considerar­ían ilegítimas consiste en adaptar la comunicaci­ón de los proyectos al discurso normativo existente. Basta con mantener los significan­tes cambiando los significad­os. Se trata de seguir usando las mismas palabras legitimado­ras pero de acuerdo con una nueva caracteriz­ación. Skinner denomina esta estrategia “redescripc­ión retórica”, un procedimie­nto que recuerda los famosos “significan­tes flotantes” de Laclau. Y, en el juego de las redescripc­iones de extrema derecha de los conceptos y argumentos con que la nueva izquierda suele hacer sus triangulac­iones, el discurso de Rousseau sobre la democracia se ha convertido en la pelota que hay que robar para construir la identidad con que se quiere que el pueblo se reconozca.

El populismo conservado­r deja la pelota a la izquierda y juega a la contra para ganar la batalla de las ideas

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