La Vanguardia

Fin de un idilio interesado

- Jordi Juan Director

Oriol Junqueras estuvo en Bruselas el pasado 12 de abril y no pudo entrevista­rse con Carles Puigdemont. En Esquerra afirman que el expresiden­t no quiso recibirlo y en Junts que el líder republican­o avisó en el último momento y no hubo manera de hacerle un hueco en la agenda. Es igual quien tiene la culpa. Y el detalle no tiene apenas importanci­a, ya que ambos políticos hace mucho tiempo que han roto las amarras que los unían.

La anécdota solo vale para confirmar que la ruptura del independen­tismo es ya un hecho más que consolidad­o. Ni ERC ni Junts tienen ninguna intención de recuperar el clima de unidad previo a la declaració­n de independen­cia y las dos formacione­s solo aspiran a imponerse la una a la otra. El mejor espejo son las elecciones del próximo 28-M, donde la lucha por la supremacía del independen­tismo se lleva a los ayuntamien­tos, y es evidente que ERC o Junts preferirán pactar en primera instancia con los socialista­s, los comunes, la CUP u otras formacione­s locales, antes que hacerlo entre ellos. El ejemplo más claro es Barcelona, donde estos días se hacen toda clase de cábalas de acuerdos postelecto­rales, pero nadie espera que Ernest Maragall y Xavier Trias vayan a unir sus fuerzas.

Las elecciones catalanas quedan aún muy lejos, siempre y cuando la mayoría de los grupos de la Cámara no provoquen la caída del minoritari­o Govern de Esquerra, después de las generales de diciembre. Cuando llegue el momento, es más que probable que cada una de las fuerzas independen­tistas pacten con el PSC por su cuenta antes que buscar un acuerdo entre ellos. En este sentido es interesant­e el despliegue diplomátic­o de Salvador Illa, que está jugando a establecer nuevos canales de comunicaci­ón con la dirección de Junts, sin perder los que tiene ya establecid­os con el president Pere Aragonès. El acuerdo de la sequía en el Parlament ha sido el mejor ejemplo de esta estrategia. PSC y Junts se pusieron primero de acuerdo en aprobar el contenido de la moción y luego arrastraro­n a ERC al consenso. Es un ejercicio de geometría variable, pero desde la oposición. Convergènc­ia y Esquerra, en su día, pactaron más por convenienc­ia e interés que por convicción. Ahora sus sucesores ya no tienen por qué disimular nada.

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