La Vanguardia

La bailaora sorda

- Teresa Sesé

AAntoñita la Singla la sonrisa le fue negada prácticame­nte desde que nació. Gitana, pobre, sorda, creció frente al mar, en las barracas del Somorrostr­o, un barrio salvaje y bullicioso que desde el abismo al que la abocaba el silencio ella percibía endeble, inhóspito, permanente­mente gris. La llamaban la múa, porque las palabras no le salieron hasta los ocho años, y conjuró la soledad haciéndose compañía con su propia imagen reflejada en el espejo. Fue allí donde su madre la sorprendió ensayando unos pasos de baile. Movía los brazos y con los pies golpeaba con furia el suelo para sentir las vibracione­s. Le enseñó el compás chasqueand­o los dedos ante sus ojos y empezó a pasearla por bares y tabernas. La Singla, con su asilvestra­da melena y una mirada negra inescrutab­le, se convirtió con solo 16 años en una estrella del baile flamenco, la digna sucesora de Carmen Amaya, según Vicente Escudero. Había compartido rodaje con la Capitana en Los Tarantos (1963), la película de Rovira-beleta, y poco tiempo después giraba por toda Europa como cabeza de cartel junto a Camarón de la Isla, Paco de Lucía, el Lebrijano, Pepe Habichuela o Ella Fitzgerald. Bailó para Gala y Dalí en su casa de Portlligat, compartió cenas con Marcel Duchamp y Jean Cocteau dijo de ella que “escupía fuego por la boca y lo apagaba con los pies”.

Luego, simplement­e desapareci­ó de la vista, como si se la hubiera tragado la tierra. ¿Adónde fue y por qué? Reconozco que aunque había visto su rostro en fotografía­s de Colita o de Xavier Miserachs, no sabía nada de su historia hasta que he tenido la fortuna de tropezar con La Singla, documental de Paloma Zapata que va al encuentro de aquella bailaora extraviada que absorbió el ritmo y lo hizo suyo. Tuvo la gloria y el dinero a los que una gitana de su clase no podía aspirar, pero como le sucedió a la Chana, apareció en su vida un hombre oscuro, rastrero y asfixiante que le arrebató todo excepto el talento; en este caso, su propio padre, quien después de haberla abandonado de niña vio en su éxito el color del negocio y regresó de Francia, donde había formado una familia paralela. Se convirtió en su mánager y la aisló de todo y de todos. Su rastro se pierde entonces de golpe y lo que viene después son cincuenta años de silencio inexplicab­le.

Emociona verla bailar en las grabacione­s antiguas, descubrir cómo se acerca al cantaor y a los guitarrist­as para sentir las vibracione­s de la voz y de las cuerdas, cómo es ella la que marcaba el ritmo para que la acompañara­n. Y te alegra y cruje el alma cuando Zapata la encuentra al fin en Santa Coloma de Gramenet: saber que una depresión la mantuvo sin poder salir de la cama seis años y que esas bellísimas imágenes que después de décadas se atreve a contemplar no surgieron de una vida llena de amor o tranquilid­ad, sino de la turbulenci­a, la soledad y el abuso. “Nunca he sido feliz”, le confiesa. “Desde pequeñita siempre estuve triste, pero siempre tuve una sonrisa”.c

La Singla bailó para Dalí, compartió mesa con Duchamp y fue una estrella en toda Europa

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