La Vanguardia

Obama, ¡no vuelvas!

- Lluís Amiguet

Veintidós euros por una ensalada de lechuga, tomate y cebolla en un restaurant­e de vagas, en todos los sentidos, raíces gallegas en el corazón del Eixample. (Si persisten, publicaré el nombre del antro).

“¿Por qué no te largaste, idiota –dirán–, al ver los precios?”. Pues porque conmigo estaba Petra Gute, presentado­ra de la Filarmónic­a de Berlín en la Sagrada Família ante 200 millones de personas, y cuatro músicos amigos. Le enseñé a decir “Benvinguts a Barcelona” y “Gaudiu del concert” (prefirió gaudiu a

disfruteu: le recordaba a Gaudí).

La broma se nos fue a los... ¡seisciento­s euros! Y Breogán me ayudó, porque solo tuve que invitar a Petra, porque me había dado entradas de postín para el concierto. Los camareros pusieron al servirnos un interés inversamen­te proporcion­al a la factura. Y tuve que ver los rostros compungido­s de los demás teutones –España no es lo que era; Barcelona, menos– al sacar la cartera. En ese punto malvez dije a Obama, Springstee­n, Spielberg, Hanks y el resumen del glamur universal que sufrió Barcelona ese finde y que aún sirve de coartada a algunos gángsters de la restauraci­ón.

Y me hice otras preguntas: ¿por qué cada que se pone en valor la marca Barcelona acabamos pagándolo los barcelones­es? ¿Por qué no compensar a los barrios que soportan más turismo masivo con rebajas en el IBI, tasas de basuras y demás?

En este punto mi fiscalista de cabecera me advierte que la izquierda jamás rebaja impuestos, porque cree que sabe gastar mejor el dinero que quien lo gana. Y yo le respondo que tampoco las grandes fortunas son las más eficientes asignando recursos, porque tienen demasiados para invertirlo­s al detalle con acierto y tienden a acumularlo­s sin más.

El dinero, en fin, donde mejor está es en el bolsillo del ciudadano, porque sabe invertirlo con más eficiencia –lo demuestra la ciencia económica– que los millonario­s y los políticos. Impuestos, los justos y necesarios.

Y concluimos así que más que prohibir el turismo, el reto para el político está en lograr que todos –no solo cuatro– nos beneficiem­os de él en la medida en que sufrimos sus desventaja­s. En eso consiste gobernar.c

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