La Vanguardia

Al servicio de la fraternida­d en un mundo dividido

La Iglesia, a través de personas concretas, se hace cercana a los más necesitado­s y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes o no, que necesitan sentirse miembros de una comunidad, de un pueblo, en el que todos somos hermanos.

- ANOTNIO MORENO / @Antonio1mo­reno

En el año 2020, la encíclica Fratelli tutti del papa Francisco advertía sobre el retroceso de nuestro mundo con respecto a los sueños de unidad y paz que brotaron en la humanidad después de la II Guerra Mundial. Su voz profética resuena en este 2023 en el que asistimos a un conflicto bélico en el corazón de Europa, en el que la polarizaci­ón ideológica y la división política alcanzan niveles alarmantes, y en el que el egoísmo campa a sus anchas en nuestros pueblos y ciudades.

En este clima aparenteme­nte descorazon­ador, la Iglesia católica toma por bandera la llamada de Fratelli tutti a trabajar por el bien común, a generar procesos que nos lleven a crecer en fraternida­d y amistad social. El Papa se refiere a ello como «la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a aquellos que espontánea­mente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca de mí».

La Iglesia se hace cercana a los más necesitado­s y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes o no, que necesitan sentirse miembros de una comunidad, de un mundo en el que todos somos hermanos. A través de la educación, de la atención social, del fomento de la cultura, del cuidado de su patrimonio, de la creación de tejido comunitari­o, de la comunicaci­ón de valores, de la celebració­n de la fe, la institució­n pone luz a las sombras de un mundo cerrado.

«Vemos nacer comunidade­s en las que se vive el amor y la unidad» Juan Ignacio Guerrero e Isabel de Oliva (Málaga). Matrimonio misionero en Costa Rica

Hace casi veinte años que este matrimonio malagueño hizo las maletas, dejó su trabajo (director de colegio él, médica pediatra ella) y partió con sus entonces siete hijos a vivir junto a los más pobres de los barrios del sur de San José, la capital de Costa Rica. En aquel ambiente de delincuenc­ia, - raron con las Carmelitas Misioneras a desarrolla­r un complejo educativo desde el que trabajan aún hoy por un mundo más fraterno. «En estos barrios —explican— abundan las familias desestruct­uradas y las situacione­s de violencia y abandono. Nuestra tarea es hacernos cercanos, para que las familias destruidas puedan redescubri­rse como personas, curar sus heridas y reconstrui­r el tejido intrafamil­iar dañado. Y es que, si las familias no tienen bases sólidas, a los chicos se los comen las drogas y la violencia». Su labor evangeliza­dora se completa con el servicio que realizan como catequista­s en varias parroquias.

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