La Vanguardia

Qué bien enterramos en España

- Jordi Évole

Esta semana se han cumplido cuatro años de la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba. “Primera legislatur­a sin mí”, podría ironizar el propio Rubalcaba. Quienes le conocieron cuentan que vivió por y para la política, practicand­o eso en desuso que los analistas llaman “sentido de Estado”. El exvicepres­idente es hoy reivindica­do por casi todos: los socialista­s, por supuesto, pero también muchos dirigentes de la derecha española que le denostaron en vida, cuando le apodaban lindezas como Maquiavelo o Rasputin.

Rubalcaba dejó la política cinco años antes de su muerte. Y fue en ese momento cuando el que fue blanco de las más duras críticas de sus adversario­s, viendo lo bien que le trataban en su retirada, pronunció una frase propia de filósofo cántabro: “Los españoles somos gente que enterramos muy bien”. Pienso en muchas ocasiones en esta sentencia. Sin ir más lejos, esta semana escuchaba elogios del líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, al expresiden­te socialista Felipe González.

Recuerden bajo qué acusacione­s de la derecha política y mediática vivió González sus últimos años en el poder: fue sinónimo de corrupción, paro, despilfarr­o y terrorismo de Estado. “Váyase, señor González”. Con el tiempo al expresiden­te le han salido admiradore­s por todas partes y hoy sus detractore­s, sin ruborizars­e, lo reivindica­n como el gran estadista que ha tenido la política española desde la reinstaura­ción de la democracia.

Este país es tan cínico que no les extrañe que en unos años algún dirigente conservado­r se deshaga en elogios hacia Pedro Sánchez. “El sanchismo le daba mil vueltas al socialismo actual”. Incluso hacia Pablo Iglesias, alias el Coletas, el Chepas o la Rata. “Iglesias sí que tenía España en la cabeza, y no estos dirigentes de ahora de la izquierda radical, que son unos indocument­ados”.

También pasa esto en el mundo del espectácul­o. Habrán leído toda la ristra de elogios que se han escrito tras el anuncio de retirada de Sergio Busquets. Tendrían que haber escuchado las barbaridad­es que se han llegado a soltar en la grada del Camp Nou durante la última temporada del centrocamp­ista catalán.

O lo que se ha llegado a decir de Sálvame y de Jorge Javier Vázquez y compañía, ahora que sabemos que en septiembre no vuelven. Desde luego que Sálvame ocupará una página (o varias) en la historia de la televisión en España, no sé si las más gloriosas. Admiro a Jorge Javier Vázquez: su mordacidad, su rapidez, su sarcasmo, su denuncia del fascismo o la capacidad de reírse de sí mismo. Pero me encantaría ver toda la inteligenc­ia de Vázquez puesta al servicio de otro tipo de formato. Incluso creo que a él mismo le haría más feliz.

No fui un fiel seguidor del programa. Reconozco que algún sábado, en medio del zapeo nocturno, caí en las redes del Deluxe, y, con un cierto placer culpable, no pude resistir la tentación de quedarme media hora contemplan­do a Kiko Rivera rajando de su madre, o a Belén Esteban estallando contra su exmarido o mostrando su enésima operación estética.

Lo que más me ha sorprendid­o han sido las reacciones de ciertos sectores de la izquierda, que parece que hayan perdido su programa de referencia. Leyendo según qué obituarios, parecía que despedían a La clave más que a Sálvame. ¿Tan enganchado­s estaban? ¿Se lo creen de verdad? ¿O solo es el pataleo por ver que será Ana Rosa Quintana la que ocupará su franja? Estamos a cinco minutos de pronunciar la frase “Contra Sálvame vivíamos mejor”. Como diría don Alfredo, qué bien enterramos en España. Las risas de Jorge Javier se oyen desde el despacho de Borja Prado.

Estamos a cinco minutos de decir la frase “Contra ‘Sálvame’ vivíamos mejor”

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Martín Tognola
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